LOS MILAGROS DESDE EL ESCEPTICISMO
Procesión de la Virgen de la Asunción de Huata, Ancash (tomado de www.elincape.com)
Doctor en Psicología por la Universidad de San Martín de Porres
Resumen: Los milagros constituyen la base de todas las religiones. Cada una de ellas parte de un hecho milagroso, básicamente como una revelación hecha por un arcángel o el mismo Dios que da instrucciones al personaje elegido para fundar la fe o reformarla de su desviación. En adición tenemos los milagros efectuados por el propio profeta o por su intercesión. Luego están los milagros que los creyentes piden a Dios -o algún personaje divinizado que posee la capacidad de interceder ante Dios- y que son eventualmente concedidos. Cabe añadir que los milagros son siempre buenos. Ningún evento malo, por sorprendente que resulte, puede asumirse como un milagro. Luego resulta que los milagros más comunes de nuestros tiempos son las sanaciones o curaciones milagrosas. En un análisis de todos estos hechos, desde la perspectiva de la psicología, veremos que hoy tenemos mejores explicaciones para los hechos milagrosos referidos por la mitología de las religiones. También veremos que las creencias de la gente hacia los hechos milagrosos no son únicamente de naturaleza religiosa. Por último, hallaremos que las curaciones de enfermedades comunes, por más espectaculares que resulten, no tienen nada de extraordinarias para un organismo vivo.
Palabras clave: milagros, creencias, misticismo, psicosis religiosa.
MIRACLES FROM A SKEPTICAL POINT OF VIEW
Abstract: Miracles are the basis of all religions. Each one of them starts from a miraculous fact, basically as a revelation made by an archangel or the same God that gives instructions to the chosen personage to found the faith or to reform it from its deviation. In addition we have the miracles performed by the prophet himself or through his intercession. Then there are the miracles that the believers ask God - or some divinized personage who possesses the capacity to intercede before God - and that are eventually granted. It should be added that miracles are always good. No bad event, no matter how surprising, can be assumed to be a miracle. Then it turns out that the most common miracles of our times are miraculous healings or cures. In an analysis of all these facts, from the perspective of psychology, we will see that today we have better explanations for the miraculous events referred to by the mythology of religions. We will also see that people's beliefs towards miraculous events are not only of a religious nature. Finally, we will find that the cures of common diseases, however spectacular they may be, are nothing extraordinary for a living organism.
Key words: miracles, beliefs, mysticism, religious psychosis.
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Como ocurre con casi todas las palabras de origen remoto, “milagro” es una palabra difícil de definir en estos tiempos, de acuerdo a los usos que se hacen de él. En sus orígenes servía para expresar el asombro que causaban ciertos sucesos insólitos o inexplicables como un eclipse, por ejemplo. Hoy se aplica indiscriminadamente a toda clase se sucesos sorprendentes, desde la salida del sol hasta el nacimiento de un bebé. De este modo, resulta un tanto problemático usar un enfoque específico para ocuparnos de un tema ya de por sí complicado, dado que, al parecer, cada quien tiene su propia manera de entender este concepto, así como de aplicarlo en su vida diaria. Digamos que es una palabra muy manoseada popularmente.
Sin embargo, tampoco podemos ignorar que el uso más extendido a lo largo de la historia, y el más impactante y comprometedor para las personas ahora mismo, es el empleo del concepto “milagro” en el campo de la religión, donde sirve para señalar un hecho prodigioso de curso sobrenatural atribuido al poder de un personaje místico, o incluso a algún tipo de expresión material referida a dicho personaje, como su imagen o estatua. En este caso, el poder milagroso ya no solo le pertenece al personaje en sí, sino también a su imagen, estatua, cruz o cualquier otro material referido a él y que haya sido usado o tocado por él, como, por ejemplo, el manto de la Virgen, la cruz de Cristo, la tierra de Lourdes, etc. Evidentemente la superchería mística en este sentido es muy amplia y carece de límites. Está abierta a la imaginación. Cualquier cosa referida a un ser divinizado adquiere también propiedades milagrosas.
En este punto sería interesante detenernos a analizar la diferencia sustancial entre estos objetos místicos dotados de poder, y los amuletos comunes y corrientes. ¿No vienen a ser lo mismo? ¿Qué hace que un par de maderos cruzados en forma de cruz se convierta en objeto venerable y milagroso, al punto de generar su propio culto y su propia feligresía, con peregrinos incluidos, como ocurre con la cruz de Chalpón? Se trata, obviamente, de un fenómeno que ocurre tan solo en la mente de los creyentes. Una cruz de madera no tiene nada de especial. Tampoco debería evocar únicamente a la cruz de Cristo, cuando se trata de un instrumento de tortura y muerte usado ampliamente por los romanos durante un siglo. Pero resulta curioso comprobar que una cruz, despojada del cuerpo del crucificado, por sí sola genere veneración, culto y peregrinaje, atribuyéndosele incluso poderes milagrosos. Sin duda, este fenómeno se inscribe en la misma categoría de las supercherías místicas más paganas. Es el culto a los objetos por sí mismos. A esto habría que añadir el extendido culto católico por las imágenes. Podría alegarse que una cruz vacía no es lo mismo que la imagen de un Cristo crucificado. No lo es, ciertamente, pero sí lo es en tanto objeto de culto y veneración. ¿Qué le confiere a una imagen y no a otras la categoría de “milagrosa” si no es la mera creencia popular? ¿Por qué ciertas imágenes en particular resultan más venerables que otras? Y lo mismo ocurre con las once mil vírgenes que con diferentes denominaciones y vestimentas son adoradas de distintas maneras, aunque, al final del día, representan a la misma persona. ¿Por qué una Virgen tendría que ser más milagrosa que las otras si son la misma persona? Lo que resulta curioso es comprobar que el fetichismo religioso se fija en una imagen en particular, aparentemente desvinculada de su referente divino. Es esta imagen y no las otras.
Pareciera que estamos haciendo preguntas banales y hasta infantiles. Pero me parece un necesario inicio para reflexionar alrededor de las conductas humanas vinculadas a los actos de fe. Porque al final, de lo único que se trata es de conductas humanas, de creencias humanas sustentadas en la instrumentalización de una serie de objetos sacralizados que en nada se diferencian de las supersticiones de otro cuño, como las que se observan alrededor de talismanes, amuletos y cábalas. Las chucherías de fe que se le ofrecen a los creyentes religiosos no tienen mayor diferencia con los objetos mágicos que se les ofrece a los demás. Aunque en la mayoría de los casos se trata de las mismas personas, ya que no es raro descubrir personas que creen en toda clase de poderes misteriosos, desde los místicos y milagrosos, hasta los mágicos. Y así como tienen en sus casas imágenes “sagradas” de cristos y vírgenes, también tienen elementos “protectores” como ramas de ruda o plantas de maguey, entre muchas otras. Todas estas conductas místicas y mágicas suelen girar sobre el mismo eje de racionalidad vinculada a la relación con lo misterioso, oculto y sagrado. Una conducta tan antigua como los rituales más paganos y tribales registrados por la historia de la humanidad. Apenas hemos cambiado en este aspecto en los últimos diez mil años. Lo único que ha cambiado es el mito que racionaliza estas conductas, la creencia que las justifica. Hay milenios de mitología detrás de las actuales conductas de veneración y culto de seres y objetos en busca de milagros y poderes ocultos. Hay algo muy arraigado en la racionalidad humana que insiste en el vínculo con lo desconocido, lo ignoto, lo “sagrado” y el más allá. Nos gusta la idea de que hay algo fuera de esta realidad, que hay poderes ocultos gobernando el mundo, que convivimos con seres mitológicos de naturaleza distinta. Los hemos imaginado siempre, desde los tiempos de los dioses, titanes y cíclopes hasta los tiempos modernos con aliens, zombies y súper héroes. Parece ser una tendencia natural de la fantasía humana llevarnos a convivir con seres imaginarios y fabulosos como hadas, ángeles, brujas, duendes, gnomos, etc.
Más que ocuparnos únicamente de los milagros -en tanto hechos supuestos- tendríamos que ocuparnos también del poder milagroso atribuido a todos estos personajes y elementos propios de las creencias populares, las cuales han sido alimentadas durante siglos por ciertas religiones, muy especialmente la católica. La mitología propia de cada religión está salpicada de hechos milagrosos. Son su fundamento. De hecho, los milagros efectuados por Cristo y narrados en los evangelios oficiales del Nuevo Testamento, son la base de la fe de todo el cristianismo. Luego vienen los milagros que la Iglesia católica le atribuye a los santos, la Virgen, la cruz o incluso al santuario de Lourdes, donde se registran miles de supuestos milagros médicos. En añadidura están los milagros que la gente asegura haber presenciado y que la Iglesia confirma, especialmente cuando sirven para aportar a la causa de canonización de un nuevo santo. En resumen, tanto para la Iglesia católica, pero también para el islam y otras religiones, los milagros no solo existen, sino que constituyen la base de toda su fe. Son la expresión materializada de la intervención de Dios sobre los hombres.
Nuestra postura tiene que ser de escepticismo ante semejante proliferación de mitos. Y cuando digo “escepticismo” me refiero a una actitud racional y científica, que exige evidencias a las afirmaciones y antepone las pruebas antes que las creencias. El escepticismo es una actitud cautelosa que surge de la duda frente a las afirmaciones, especialmente cuando estas no vienen acompañas de evidencias categóricas y contrastables. Pero también cuando las explicaciones no se sustentan en la realidad ni en la racionalidad empírica, sino en la metafísica y la fe. Hace falta despojarse de esa especie de necesidad muy humana, que lleva a creer en la posibilidad de un ser superior que puede llegar en nuestra ayuda con solo invocarlo, como si fuera Batman. Si alguien espera esa ayuda y vive entregado a las oraciones, estará muy inclinado a creer que, en efecto, esa ayuda llega en la forma de hechos milagrosos. Un escéptico, desde luego, no cree en posibilidades misteriosas que no tengan sustento en la realidad, y busca explicaciones lógicas para entender los fenómenos. Esta es la actitud con la que enfrentamos los milagros.
Bastaría con analizar fríamente los hechos más trascendentales detrás de la mitología de cada religión. Es evidente que todas las religiones emplean los milagros en su narrativa particular como un ardid para convencer a los creyentes. Incluso muchos profetas inician su conversión luego de experimentar un suceso extraordinario que es interpretado como un mensaje de Dios. Es el caso de Pablo de Tarso quien, tras caer del caballo camino a Damasco, quedó ciego y aturdido por varios días, para luego despertar convertido al cristianismo luego de que sus cuidadores le advirtieran que su accidente fue producto de un castigo de Dios por perseguir a los seguidores de Cristo, su hijo amado. El mismo Pablo, convertido ya, narró que oyó la voz de Cristo preguntándole por qué lo perseguía. ¿Qué hubo detrás de esta extraña y repentina conversión de Pablo? ¿Un temor al castigo divino que acababa de sufrir cayendo del caballo? ¿Una excusa cobarde para justificar su conversión de perseguidor a seguidor del cristianismo? ¿Algún otro tipo de fenómeno mental debido al trauma sufrido? El hecho es que, tras el accidente asumido como hecho milagroso, Pablo no solo se convirtió al cristianismo sin haber conocido ni oído jamás a Cristo, es decir, sin conocer su mensaje, sino que luego se erigió en nada menos que el artífice de toda la teología cristiana hasta el presente, pasando incluso por encima de lo que Cristo dijo, pues se refirió a asuntos que Cristo jamás había abordado, como la sexualidad. Eso sí que parece todo un milagro. Más aún, considerando que Pablo de Tarso era un analfabeto y un sujeto muy rústico. Sin embargo, su obra teológica (si así se le puede llamar) es más trascendental e influyente que las de San Agustín y Tomás de Aquino.
Algo similar ocurre con Martín Lutero, quien tras salvarse por un pelo de ser impactado por un rayo mientras caminaba por el campo sumergido en sus meditaciones teologales, decide que esa era una señal de Dios que lo impelía a reformar la fe desviada por Roma. Muchos son los casos en que un evento natural de lo más corriente, es asumido por el personaje penitente o atribulado por ideas religiosas, como hecho milagroso y mensaje divino para luego transformar su existencia y dedicarse a la formación de una nueva fe. Como vemos, una parte esencial de toda fe o religión es surgir de un hecho milagroso asumido como voluntad de Dios. Y no es raro además hallar que, el elegido por Dios, escuche la voz divina dándole órdenes.
En la mitología del islam, Mahoma es visitado por el arcángel Gabriel, quien le narra todo el Corán para que lo memorice por completo. Se supone que una prueba de la veracidad de este hecho prodigioso es que Mahoma era un hombre ignorante que no sabía leer ni escribir y que, por tanto, nunca pudo haber leído las escrituras. En consecuencia, el Corán tiene que ser un texto original dictado a Mahoma por Dios, a través del arcángel Gabriel, para que luego Mahoma lo fuera predicando por el desierto, a medida que sometía a los pueblos bajo su espada con el pretexto de una nueva fe ordenada por el mismísimo Dios. Según se dice, sus seguidores o esclavos tomaban nota de las alocuciones del profeta en toda clase de medios, como huesos, papiros o tablillas de arcilla, etc. Esto ocurría cada vez que el profeta tenía una revelación. Muchos años después de la muerte de Mahoma, uno que otro califa se dio a la tarea de recopilar los textos desparramados de las recitaciones del profeta y armar una versión unificada que se llamó el Corán, o “la recitación”. Pero, desde luego, no hubo solo una versión de estos textos recopilados. De hecho, aparecieron varios, hasta que el califa Utmán ibn Affán decidió establecer su versión como la única. De todos modos, no hubo una versión final hasta el año 900, es decir, casi dos siglos después de la muerte del profeta Mahoma. Los sabios del Corán tuvieron la precaución de eliminar todos los textos previos para que no existieran desavenencias sobre el mensaje del profeta. De modo pues que no existen rastros de los textos originales y solo queda confiar en que todo ese sancochado de versiones recogidas y traducidas, representen el auténtico mensaje del profeta y que su memoria haya almacenado fielmente el mensaje de Dios dictado a través de su arcángel Gabriel. No sé cuánto de milagro pueda caber en toda esta historia del islam. Peor aún, no me imagino cuánto del mensaje que en el siglo VI dictara Dios a Mahoma para aplastar pueblos enteros, puede quedar en el Corán que hoy memorizan los niños del mundo árabe. Curiosidades de la historia de la humanidad.
En la mitología de los mormones, el profeta Joseph Smith es visitado por un ángel de nombre Moroni, quien le revela unas sagradas escrituras conservadas ocultas en tablas de oro, para ser traducidas y mostradas al pueblo, y así restaurar la Iglesia de Cristo en América. No voy a extenderme en el relato de más hechos milagrosos que sustentan a las demás religiones. Sería de nunca acabar, considerando tan solo en los EEUU existen unas 1,500 iglesias, sectas y congregaciones religiosas, cada una surgida a partir de hechos milagrosos y con profetas que tuvieron revelaciones de Dios y cuyas actividades están plagadas de milagros. Algunos incluso ocurridos en pleno culto televisado a millones de espectadores ansiosos de recibir el don de Dios a través de la pantalla de su televisor, a la cual tocan con los ojos cerrados invocando el poder de Cristo y repitiendo las palabras mágicas dictadas por el telepredicador.
En este breve recuento hemos apenas mencionado los orígenes de algunas conversiones muy famosas, que dieron origen a religiones muy amplias como el cristianismo y el islam. Lo hemos hecho sin apelar a otras interpretaciones que no son tan descabelladas, como las del enfoque clínico psicológico. A la luz de lo que hoy sabemos, es evidente que muchos personajes místicos de la historia -y que son venerados como santos o profetas- han padecido algún tipo de trastorno mental. Las historias narran que estos personajes alucinaban, oían la voz de Dios y veían a los ángeles, recibían órdenes y se lanzaban a misiones suicidas para acatar la voluntad de Dios. Este tipo de desórdenes mentales todavía son muy comunes en estos tiempos y son tratados médicamente. Hoy se rotulan como psicosis religiosa. Podríamos solo mencionar a dos personajes como ejemplo, con muy evidentes síntomas de psicosis religiosa como las que padecían Juana de Arco y Santa Rosa de Lima, en épocas en las que el fervor religioso era una pesada tara cultural que penetraba las mentes hasta dislocar la razón. Ya sabemos que en tiempos antiguos los esquizofrénicos eran vistos como poseídos por el Demonio. Pero quienes oían la voz de Dios eran vistos como santos o profetas. Todavía está pendiente de escribirse el libro que explique cuidadosamente, desde la psicología clínica, el aporte de la psicosis, la imaginación, la fantasía y hasta del embuste en la formación de las grandes religiones presentes en la actualidad. Incluso añadiría el estudio de la misma religión como una forma de locura colectiva consentida y privilegiada. ¿De qué otra manera podemos llamar al culto a las imágenes, a seres imaginarios, así como los pedidos de milagros y la creencia en ellos, más allá de toda razón y de toda evidencia? ¿Cómo calificar a una sociedad -o parte de ella- que vive organizada alrededor de mitos medievales (o aún más antiguos) y realizando cultos anacrónicos como parte esencial de su identidad en un mundo tecnificado donde la ciencia se ha hecho cargo de casi toda la existencia humana moderna?
No es raro que la gran mayoría de milagros se refieran a sanaciones de enfermos. Tal vez sea el más común de los milagros alegados por la gente. Pasemos por alto los hechos milagrosos que se atribuyen a meros accidentes del azar, como un bebé sobreviviente tras el choque de una van donde perecieron los demás ocupantes, o que la estatua de una virgen quede en pie tras el derrumbe de una iglesia o que el rostro de Cristo aparezca en una tostada. Todos estos hechos de lo más circunstanciales, azarosos y triviales son empleados por mucha gente para atestiguar un milagro. Pasemos a las curaciones milagrosas. ¿Qué hay de especial en las curaciones de enfermos para que sean atribuidas a milagros? Hasta donde se sabe, a ningún amputado por un accidente le ha vuelto a crecer un miembro. Tampoco hemos visto resucitar a nadie que haya sido declarado clínicamente muerto. Pero se habla de milagro cuando un equipo médico logra una proeza científica. Se aduce que Dios guio sus manos. Sin embargo, nadie culpa a Dios por los fracasos médicos. A Dios solo le pertenecen los éxitos. Los fracasos son del Diablo o de la falta de fe. Pero hay muchas sanaciones supuestamente milagrosas. Los milagros de sanación se refieren a cosas menos espectaculares que la generación espontánea de un nuevo miembro para un amputado. Son más como la cura de un cáncer. Sin embargo, nadie puede explicar por qué unos se curan y otros no. A menos que se apele a la falta de fe. No obstante, los hospitales están repletos de enfermos llenos de fe que merecen milagros de curación y siguen allí sufriendo ante la indiferencia de su divinidad. Ni siquiera los enfermos que son sacados de un hospital para venerar la “sagrada imagen” del Señor de los Milagros reciben el don de la sanación por mucho que rueguen de rodillas y con fervor. No parece haber pues demasiado interés en Dios para aliviar el dolor de millones de personas dolientes en este mundo que creen fielmente en Él. Y, sin embargo, se habla de milagros de curación por doquier.
Creo que no somos pocas las personas que alguna vez hemos sido testigos de una curación sorprendente. Personas que parecían estar al borde de la muerte, y cuyos familiares se preparaban para el peor desenlace, de pronto recobran la salud, aun contra las expectativas de los médicos. Lo acabo de ver en esta pandemia no una sino tres veces. Yo mismo sobreviví de niño, luego de haber sido desahuciado por la medicina. Mi abuela había llegado a Chimbote ante el llamado de mi madre por la gravedad de mi estado. Ya sin esperanzas, mi abuela y mi madre decidieron llevarme a Huaraz para ser enterrado allí, en la tierra de mi familia materna. El hecho prodigioso ocurrió en plena travesía de la puna. Según la leyenda familiar, de pronto abrí los ojos y pedí Coca Cola. Había ocurrido un milagro. Me curé por intercesión de la Virgen cuya estampa mi abuela me había puesto sobre el pecho. Desde entonces las peregrinaciones de mi familia al santuario de la Virgen de Huata se hicieron comunes para mí por algunos años.
¿Por qué las sanaciones son el milagro más corriente? Por una simple razón: el organismo humano (como los demás) está hecho para curarse por sí mismo de muchas afecciones. Es parte de nuestra naturaleza combatir las enfermedades que atacan a nuestro organismo. El cuerpo lo puede hacer. Es parte de sus funciones. Para eso tenemos una variedad de sistemas defensivos. Aun cuando la medicina ya no vea formas de tratar un mal, el cuerpo puede reaccionar y vencer. Es sorprendente, pero no es un milagro. A esto cabe añadir los errores médicos, que no son pocos. El primer error es un diagnóstico equivocado. El otro es asumir, por parte de médicos creyentes y hasta fanáticos de la fe (que no son pocos), que el tumor que ayer estaba en la imagen y que hoy ya no se aprecia, es producto de un milagro. En lo personal, prefiero creerles a las personas que atribuyen su curación a algún brebaje o hierba que han estado consumiendo con dedicación. Eso es más factible que un milagro.
Pero los milagros seguirán siendo invocados para reforzar las creencias de fe y para seguir esperando la ayuda de un ser divino como última esperanza. Otros lo usarán para darle gracias a su creador por cada día que amanece, porque el amanecer les parece un milagro. Sea como fuere, los milagros son parte esencial de la fantasía humana con la que muchos completan y alegran la fría realidad que nos ha tocado vivir en este mundo. No olvidemos que el mundo de los seres humanos, aquel en el que vivimos como humanos, se construye en la conciencia y es muy diferente al mundo real que nos rodea. Ese mundo está hecho básicamente de fantasía y se construye con palabras, más que con señales reales. La palabra y la fantasía son los principales ingredientes para construir la realidad humana en las conciencias individuales y en el mundo cultural exclusivo de los seres humanos.
Lima, 2 de noviembre del 2022
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