NUEVO IRRACIONALISMO: POSTMODERNIDAD Y ANTICIENCIA*

Mario Méndez Acosta, Sociedad Mexicana para la Investigación Escéptica


Son demasiado optimistas las expectativas que anuncian la inminencia de una nueva época de Ilustración global. Por el contrario, la actual corriente multidisciplinaria que se hace llamar “postmodernidad” muestra aspectos oscurantistas militantes que en verdad deben ser motivo de preocupación para quienes consideran que en el conocimiento de la naturaleza y del universo se encuentra el camino hacia un estado de mayor bienestar para nuestra especie.
El resentimiento en contra de la ciencia muestra dos vertientes: por un lado, están quienes sostienen ideologías y opiniones surgidas a través de un proceso formativo y educativo muy basado en las ciencias sociales y humanistas, que en especial le envidian a la ciencia su capacidad de obtener conocimientos certeros y sobre todo verificables y que consideran a la capacidad de la ciencia de modificar hasta sus concepciones más bien establecidas, como una muestra de su relativismo social y temporalidad inevitable. Para estos la ciencia no es más que una estructura de origen sociocultural y sus conocimientos simples apreciaciones de un grupo de privilegiados.
La otra vertiente del rechazo social a la ciencia la representan quienes consideran que los hechos sobre la naturaleza que están documentados, atentan contra las concepciones mágicas y sobrenaturales que constituyen la fe religiosa y las aspiraciones de trascendencia de diversos grupos e individuos. En este caso, la comunidad científica es considerada como partícipe de una conspiración maligna para acabar con la fe de las personas y los valores morales o bien como una especie de nueva inquisición, dedicada a perseguir y a excomulgar a esos herejes que llegan a postular alguna idea que se oponga de entrada a las leyes de la naturaleza, a las que en ocasiones califican de no ser otra cosa que simples paradigmas temporales.
En los casos más extremos, quienes sostienen esta visión anticientífica no sólo descalifican a la ciencia como medio para conocer el mundo, sino que desconocen la propia realidad como algo que exista en forma independiente de nosotros los seres humanos. De hecho, una de las características más notables de la llamada New Age –nueva era-, que constituye la filosofía más distintiva del neomodernismo es la noción de que cada persona puede mágicamente crear su propia realidad y alterarla según su gusto y necesidades.
Se dan la mano los filósofos del relativismo social y los místicos mercachifles de fin de milenio. Sus discursos son intercambiables. Feyerabend, Imre Lakatos y Robert Anton Wilson le niegan la validez a la ciencia como vía legítima y especial para llegar al conocimiento, y abren las puertas a quienes no tienen nada que ofrecer al ser humanos más que palabras e ilusiones peligrosas.
Sin embargo, la reacción de la ciencia no es generalmente de preocupación. A la comunidad científica no le ocupan y menos le preocupan las actividades de quienes niegan su validez. Esto por un lado es explicable. Estamos en medio de una explosión tecnológica que alterará la vida –hasta hacerla irreconocible- de todo aquél que viva en el mundo dentro de apenas 50 años. En comunicaciones, entretenimiento, información, educación, cultura y empleos se basará una revolución económica sin paralelo desde la invención de la agricultura. Se da por descontado que la ciencia resolverá los problemas más amenazantes, como la producción de los alimentos, el agua potable y la protección del medio ambiente; pero esto de ninguna manera es algo seguro, para alcanzarlo se requiere de mucha investigación, la cual demanda recursos económicos y humanos bien capacitados y aquí es donde los científicos pueden sufrir los efectos del avance del sentimiento anticiencia, que se traduce cada año en todos los países en un número creciente de reducciones a los presupuestos de apoyo a la investigación, en la cancelación de los programas de investigación pura y avanzada y en el deterioro de la actividad académica en este ámbito. El futuro puede alcanzar a los científicos más rápido de lo que se imaginan y más les vale asumir una actitud más militante en la tarea de combatir la anticiencia, tanto en su variedad intelectual como en su faceta mágico-religiosa.
Estas son las voces de quienes deploran la existencia misma de la ciencia:
“No existe la tal verdad objetiva. Nosotros hacemos nuestra propia verdad. No hay tal cosa como la realidad objetiva. Nosotros hacemos nuestra propia realidad. Hay caminos espirituales, místicos e internos para obtener conocimiento. Si una experiencia parece real, es real. Si una idea se siente correcta, es correcta. Somos incapaces de adquirir conocimientos sobre la verdadera naturaleza de la realidad. La ciencia en sí es irracional o mística. Es sólo otra fe o sistema de creencias o mito, sin más justificación que cualquier otro. No importa si tus creencias son verdaderas o no mientras tengan sentido para ti”. Resumen de creencias de la Nueva Era, por Theodore Shick y Lewis Vaughn.
“La ciencia es más como una iglesia que como una actividad racional y sus teorías no están más cercanas a la verdad final que los mitos y los cuentos de hadas”. “Si los contribuyentes creen en cosas como la astrología, herbolaria china, cosmología hopi, parapsicología, curación por la fe, acupuntura, creacionismo, vudú o las danzas de la lluvia, entonces estas teorías deben ser enseñadas en las escuelas públicas.” El Antimétodo de Paul Feyerabend.
Un historiador del futuro o de otro planeta, que llegase a la Tierra y que tuviese acceso a todo lo que se publica o se difunde en nuestra sociedad contemporánea llegaría a la conclusión de que tenemos viaje espacial cómodo, rápido y barato, que tenemos contacto cotidiano con multitud de especies extraterrestres y que manejamos habitualmente poderes mágicos como la psicoquinesis, la telepatía, la clarividencia, la teleportación, etc. Todos los medios de difusión o entretenimiento manejan versiones ficticias o supuestamente reales que aseguran que tales prodigios son algo común.
Pero la verdad es distinta; lo que ocurre diariamente en nuestras ciudades y campos está lejos de parecerse a esa visión de pacotilla, cuyo efecto real es narcotizar a grandes sectores de la población que pasan sus existencias en una especie de limbo nebulosos en donde resulta impensable hacer algo para modificar la situación social.
Esos grupos sociales bajan su guardia crítica y están dispuestos a aceptar todo lo que se les diga. Recientemente, se difundió en la radio que observar el eclipse de luna del pasado mes de septiembre causaría daños a las personas y bebés en gestación. Numerosos sectores se abstuvieron así de disfrutar el fenómeno y manifestaron ciertos temores irracionales. De igual forma, corrió el rumor de que habría pronto un oscurecimiento planetario de varios días debido a una cortina de fotones que pasaría por el planeta. En forma deliberada algunos charlatanes impulsaron esta versión en los medios, sin que nadie expresara alguna duda. Lo que en verdad iba a ocurrir es el recrudecimiento normal de la actividad de las manchas solares.
Estas reacciones de credulidad ante patrañas absurdas revelan el efecto reblandecedor que tiene en la opinión pública la visión anticientífica y aniquilan el pensamiento crítico.
La sociedad mexicana ha reaccionado en forma muy enérgica y positiva ante los alarmantes avances de esa otra faceta del postmodernismo que es la doctrina económica neoliberal y ha generado numerosas organizaciones no gubernamentales que defienden los intereses de grupos que no se sienten representados por las autoridades que legalmente tienen el deber de ver por sus intereses.
Desde este punto de vista, la defensa de la perspectiva científica y racional acerca del universo que nos rodea se convierte en parte inseparable de la labor de defensa social que hacen los organismos ciudadanos y, en buena parte, las escuelas públicas de educación superior. Estos sectores a su vez no deben olvidar este hecho y necesitan incorporar la defensa del pensamiento crítico y la divulgación del conocimiento científico como parte esencial de su tarea de protección de los derechos del ciudadano.
Resulta en especial deplorable cuando sectores contestatarios que reconocen la necesidad de la acción ciudadana en contra de la injusticia social y hasta de la violencia estructural prevalente en nuestros países, deciden recoger y defender algunas doctrinas mágicas o supersticiosas y abiertamente anticientíficas como parte de su postura de rebelión contra un sistema opresor, dentro del que ubican a la ciencia moderna; en especial, por ejemplo, a la medicina científica, contra la que oponen a las llamadas medicinas alternativas como una supuesta opción “revolucionaria”. Lo mismo ocurre con diversas sectas y cultos pretendidamente “orientalistas” o “aztequistas” que proponen soluciones mágicas a los problemas sociales. Ni las demenciales teorías sobre la energía “orgónica” de William Reich ni las de la genética leninista de Trofim Lysenko se hacen más verdaderas o justas por el hecho de que sus promotores hayan sido marxistas.
Es también el doble patrón moral de los que sostienen la posición anticientífica y el relativismo del conocimiento de la realidad; por un lado, demandan libertad total de expresar sus creencias y, sobre todo, la de lucrar con ellas –no hay que olvidar que detrás de cada pseudociencia existe un próspero negocio, sostenido por el público consumidor engañado- sin embargo, se oponen y tratan de obstaculizar la difusión de las opiniones que les son críticas. Tratan deliberadamente que al público no se le dé a conocer la voluminosa información que demuestra claramente la falacia y lo engañoso de sus afirmaciones. En México al menos, es un delito en potencia publicar críticas contra las creencias de algunas religiones ya que en teoría pueden “ofender” la fe de ciertos grupos. Estas disposiciones, como las que sancionan la blasfemia en otros países, deben ser derogadas y para ello se requiere movilizar a una opinión pública realmente poco preocupada por estos hechos.
La postmodernidad se ha convertido en una serie de posturas, rituales, modas, estilos estéticos y doctrinas económicas y políticas que se caracterizan por su blandenguería y su profunda y tediosa vulgaridad. Desde la música “New Age”, incapaz de despertar ningún sentimiento fuera del letargo, hasta los colores pastel pálido de una arquitectura que regresa a estilos de períodos históricos que lograron la hazaña de no dejar ninguna huella en la historia del arte, el postmodernismo sólo busca adormecer las mejores cualidades críticas y la curiosidad del ser humano.
Por supuesto, hay fuerzas económicas que tarde o temprano vendrán a restaurar el equilibrio y la vocación de progreso material, cultural y científico; pero siempre es conveniente ayudar a esas fuerzas históricas. No puede nuestra especie caer en un estado de parálisis cultural, como el que afectó a Egipto por tres mil años y a China por más de cuatro mil.
En este momento están vivos más del 80% de los grandes científicos de toda la historia. Se ha reducido diez veces el plazo entre un descubrimiento y su aplicación; sin embargo, cada día se abandonan más y más tareas de búsqueda y difusión o se han cancelado en todo el mundo grandes proyectos como el del super acelerador de partículas que quedó a medio construir en una llanura tejana y con el cual se hubieran resuelto las cuestiones más misteriosas del comportamiento de las partículas elementales. Se canceló hace poco también, por falta de recursos el proyecto de George Bush de viajar al planeta Marte en 2017.
Cada día se descartan más y más proyectos de gran importancia para el avance de nuestro conocimiento y de ello es en parte culpable el sentimiento anticientífico y oscurantista que prolija la postmodernidad.
La ciencia es detestada porque destruye ilusiones de trascendencia espiritual de los individuos, y porque relega al ser humano a una posición muy secundaria como figura dentro del universo. Eso atenta contra el ego de muchos individuos, pero también la ciencia nos responsabiliza de nuestro futuro: no contaremos nunca con ayudas sobrenaturales ni extraterrestres para salvar nuestra civilización. Nos demuestra también que somos libres, y que si no asumimos esa libertad alguien nos va a dominar y a explotar toda nuestra vida.
Nos demuestra la ciencia que no somos inmortales; pero al mismo tiempo permite la eventual realización tecnológica de ese ideal. Compite ya la ciencia con las ofertas consoladoras de las religiones y los mitos, y como lo hace leal y eficazmente, es detestada. Sus enemigos no descansan, y quienes llevan a cabo las tareas de investigación ni siquiera saben que están en la mira. Es necesario movilizar a la opinión pública culta –que ha sido capaz en México de detener una guerra- para que la defensa de la ciencia y la difusión de sus hallazgos y de su visión del mundo se haga parte de esa defensa social.

*Publicado originalmente en el número seis de Razonamientos. Revista del Pensamiento Humanista, tercer trimestre de 1996 por la Asociación Mexicana Ético-Racionalista.  


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