domingo, 25 de octubre de 2009

Reseña del libro de Philip Klass:

EXPLICANDO LOS OVNIS, Lima: Ediciones de Filosofía Aplicada (Serie infantil)/ Comité de Investigaciones de lo Paranormal, lo Seudocientifico y lo Irracional en el Perú, 2004, 40 pp. (Traducción del inglés de Benjamín Servet Paz y Miño de Bringing UFOs Down to Earth [Young Readers], Amherst, NY: Prometheus Books, 1997, 48 pp.).

Por Manuel A. Paz y Miño*


En este pequeño libro con fotos e ilustraciones para niños y adolescentes Philip Klass, investigador de OVNIs por más de 25 años, explica racionalmente de modo sencillo y entendible diversos casos de avistamientos de OVNIs los que, muchas veces, se los asume de origen extraterrestre pero que en realidad tienen uno terráqueo (misil balístico, etapa de cohete espacial, globo metereológico, aeroplano publicitario, esfera luminosa de aire ionizado, avión de prueba, globo de aire caliente) o relativamente cercano (estrella fugaz, el planeta Venus). De esa forma se convierten en OVIs (objetos voladores identificados).
Cuando los astronautas llegaron a la luna regresaron dejando diversos restos y equipo valioso de investigación. En cambio dice el autor“[e]n los más de cuarenta años desde el primer avistamiento de un OVNI, ha habido decenas de miles de reportes. Pero nadie ha encontrado jamás un solo instrumento científico u otro artefacto creíble en ningún sitio que claramente no haya sido hecho en la Tierra” (p. 34).

También el libro analiza brevemente el papel de algunos medios masivos de comunicación amarillistas al promover la creencia en la visita de naves extraterrestres. Aunque no existe evidencia creíble de visitantes alienígenas es muy atractiva la idea de su existencia y así son exitosos los programas televisivos acerca de los OVNIs donde casi nunca se divulga la posición escéptica. Es decir, no es difícil traficar con la credulidad del público –-o con lo que el filósofo norteamericano Paul Kurtz llama la “tentación trascendental” por la que mucha gente acepta acríticamente creencias paranormales y paranaturales--.

Klass, en relación a la teoría de una conspiración mundial que mantiene en secreto la llegada de visitantes del espacio exterior, afirma “[e]s inconcebible que todos estos países, incluyendo los alguna vez hostiles, ex países comunistas, estuvieran de acuerdo con un ‘encubrimiento OVNI’, incluso si es que el gobierno estadounidense fuera tan tonto como para pensar que tal evento científico trascendental debería, y podría, ser mantenido secreto” (p. 37).

Si tal ‘encubrimiento OVNI’ fuera cierto, dice el autor, hubiera empezado con Harry S. Truman que era el Presidente de los Estados Unidos cuando comenzaron los reportes de platillos voladores en 1947. Pero la historia muestra que Truman confiaba en la fuerza moral del pueblo norteamericano para enfrentar noticias negativas: el 24 de septiembre de 1940 anunció públicamente que los soviéticos habían hecho estallar su primera bomba atómica. No hubo ningún pánico general.

Tampoco habría temor sino interés mundial si aterrizase o se estrellase una nave extraterrestre, sigue diciendo Klass. Pero, concluye, probablemente eso nunca sucederá ya que, si hay seres inteligentes en otra parte del universo deben estar tan lejos que les tomaría miles de años visitarnos.

Philip J. Klass  (1919-2005) fue uno de  los principales investigadores escépticos de OVNIs a nivel mundial. Fue por 34 años editor principal de electrónica de aviación de la revista Aviation Week & Space Technology. La página web del CSI aloja la versión electrónica de su boletín escéptico sobre OVNIs en:
https://skepticalinquirer.org/the-skeptics-ufo-newsletter/
También ha publicado los siguientes libros (en inglés): OVNIs identificados (1968), Centinelas secretos del espacio (1971)y OVNIs explicados (1974), OVNIs: El público engañado (1986), Raptos OVNIs: Un juego peligroso (1989) y El real encubrimiento del platillo estrellado de Roswell (1997).


*Manuel A. Paz y Miño es escritor, editor y activista racionalista para el mundo hispano y enseña filosofía periódicamente en universidades peruanas, Correo-e: mapymc@yahoo.com.

2 Cartas aclaratorias del CIPSI-PERU a Marco Aurelio Denegri sobre lo paranormal y sobre lo seudocientífico


Carta I

Estimado Dr. Denegri:
En primer lugar le agradezco que haya comentado en su programa [La Función de la Palabra] del domingo último [14 de abril del 2002] el número 3 de nuestra revista Neo-Skepsis el cual tuvimos el gusto de enviarle hace un tiempo. En segundo lugar permítame expresar lo siguientes puntos:
-Ud. mencionó las obras de tres autores -Hasted, Wilson y Eisenbud- en la citada emisión que avalaban las supuestas capacidades psíquicas de Uri Geller y Ted Serios. Ciertamente ambos son casos muy bien estudiados pero a diferencia de lo que Ud. dijo no se ha demostrado la existencia de lo paranormal en ellos sino, como muy bien saben los magos profesionales por ejemplo, las capacidades de prestidigitación de ambos personajes así como la tendencia de mucha gente -incluyendo a algunos científicos e intelectuales- a creer en lo extraordinario y fantástico (todos tenemos nuestras limitaciones y tendencias). Lo cierto es que los mismos Geller y Serios fueron desenmascarados en su momento (Adjunto fotocopias de alguna literatura que espero le ilustre al respecto).
-Ud. también dijo que las capacidades de control metabólico [a voluntad] de algunos yoguis se ha demostrado científicamente. En eso concordamos pero eso no significa que sean algo inexplicable o sobrehumano -¡en nuestra revista sobre "Lo paranormal y la parapsicología" no mencionamos a los yoguis para nada!-. Pensamos que sus capacidades de retroalimentación no son algo paranormal como tampoco las capacidades "extraordinarias" de algunas personas para recordar números, palabras, sucesos, etc. o que captaron hace mucho tiempo (super memoria o cripto amnesia) o cierta capacidad autocurativa del cuerpo por influencia de la creencia (efecto placebo) o auto anestésica por sugestión de algunas personas. Ciertamente la retroalimentación o biofeedback puede ser enseñada a los pacientes alérgicos a la anestesia y a los que sufren de taquicardia o ansiedad (Todo ello nos habla de la íntima conexión del sistema nervioso central con el cuerpo del cual forma parte).
Creo que el asunto o confusión está en la definiciones, en lo que pensamos que es lo paranormal o parapsicológico o peor aún en lo que deseamos que sea cierto. Pero si verdaderamente queremos ilustrar más del tema no sólo debemos mostrar un ángulo favorable de él sino también el otro, el crítico y racional. Esta es la misión del CIPSI-PERU y de otros grupos a nivel internacional (Favor de visitar nuestra página web).
-En verdad lo que no está demostrado no cuadra con el modelo científico. Además la historia nos demuestra que no es fácil ni rápido aceptar nuevos descubrimientos o teorías avaladas por la realidad. Pero ese no es el caso de la centenaria investigación psíquica (que se hace cada vez menos en algunas universidades de cierto rango en el mundo).
Atte.,
Manuel Abraham Paz y Miño
Director, CIPSI-PERU


Carta II

Estimado Dr. Denegri:
Le agradezco que se haya tomado un tiempo para replicar [el domingo 12 de mayo] algunas de las afirmaciones de los investigadores que refutaban las comprobaciones de los estudiosos de las supuestas capacidades psíquicas de Uri Geller y Ted Serios -de quien Chris Carter, el productor de Los Expedientes X hará una película-.
Con respecto a la explicación de Gardner que el investigador no estaba observando y Ud. dice "¿en dónde estaba entonces? ¿en el baño?" podemos decir que se quiere decir que no se estaba observando todo al mismo tiempo o que se aprovechó un descuido en la observación. Esto es, cuando a pesar de toda la parafernalia tecnológica -como un electroencefalógrafo que miden la actividad cerebral del psíquico- o la revisión de los objetos a ser alterados psíquicamente -como la película fotográe;fica o cubiertos de metal- no siempre los controles de laboratorio son perfectamente precisos. Esto es, mientras se observaba la cabeza de Serios, por ejemplo, o la cámara donde iba a efectuar sus habilidades, el "guismo" era descuidado y así se producía el fraude.
Tengo copias de video-documentales donde se tratan de estos casos famosos de Geller y Serios. Creo que serían las réplicas más contundentes y ayudarían a entender mejor la cuestión. Le mandaré luego gustoso unas copias para que Ud. mismo vea como Geller es desenmascarado en un "talk-show" y el estado actual de Serios y otros psíquicos.
(Ciertamente vivimos en la época del homo-videns y así estoy preparando una serie documental-filosófica con la participación de diversos intelectuales nacionales y del extranjero. Estoy por empezar a editar el piloto. Hace un tiempo le mande un cuestionario invitándole a participar. Naturalmente sus opiniones iconoclastas resaltarían el documental así que reitero la invitación, si su respuesta es positiva le ruego se comunique conmigo a la brevedad).
Sobre la cuestión de las explicaciones extra científicas en verdad éstas existen pero la diferencia radica en que la ciencia es la que mejor está fundamentada (Le remito al clásico de A. Ayer: "Lenguaje, verdad y lógica") por no decir que es la única real explicación.
Por supuesto que la ciencia no lo sabe todo -todavía no cura el cáncer y el sida ni ha vencido a la vejez ni nos crea valores o sentido por ella misma-, es imperfecta y modificable y está sujeta a circunstancias extra-científicas como las subvenciones económicas. Su misma historia nos muestra que la innovación y la aceptación de nuevos descubrimientos y avances no es algo rápido (v. las obras de Lakatos, Feyerabend, Kuhn o de Di Troccio). Los científicos al ser seres humanos padecen también de ambiciones, envidias, celos, prejuicios y otras debilidades. Pero por más creyente que se sea en la divinidad ningún autor de un manual de química o sociología usará la hipótesis de dios para explicar los fenómenos de estas ciencias.
Es decir, a la ciencia sólo le corresponde el campo de lo real y de lo verificable -aunque haya ramas de ella muy abstractas como la matemática o la lógica-. Y así una mentalidad científica -o racionalista- abierta aceptará lo "imposible" siempre y cuando se pueda comprobar. Si no caeríamos en el campo de la fe y el absurdo como Ud. mismo entiende.
Claro que hay científicos, la mayoría, que descartan lo no oficial sin antes estudiarlo. Así los innovadores tienen que luchar contra la corriente. Pero al parecer ese no es el caso del espiritismo, la metempsicosis y la parapsicología al menos en el último siglo.
Quizá haya algunos casos telepáticos que vayan más allá del azar y la probabilidad -como el de un jamaiquino y otros estudiados que ví en un documental y que se no ofrecían como estrellas de la farándula-. Tal vez haya quienes viajen a Ganímedes como quien toma el micro pero por alguna extraña razón no muestran una foto de recuerdo. No lo sé pero eso debe ser probado no sólo por los investigadores que apoyan la creencia en lo paranormal si no por otros de tipo escéptico.
Nuevamente creo que la confusión está en la definiciones, en lo que pensamos que es lo paranormal o parapsicológico: antes era imposible para muchos el que el hombre volara, la existencia de los meteoritos tal como los concebimos ahora o incluso de microbios causantes de enfermedades.
El contorsionismo por supuesto no es algo paranormal (yo mismo tengo un primo que juntaba sus manos detrás de su espalda y sin separarlas las llevaba hacia adelante. Houdini hacía cosas mayores como Ud. sabe).
Entonces podemos entender, por un lado, lo paranormal como lo extraordinario pero que luego se convierte en ordinario.
Los Racionalistas de la India viajan a través de su país demostrando a sus humildes y tradicionalistas compatriotas como es que se puede "levitar" o hacer "tomar" leche a alguna imagen divina, y claro como es que, con cierto entrenamiento, el cuerpo puede resistir al dolor (le mandaré una copia de una demostración gráfica) al ser atravesado con ganchos y colgado del pecho -como también lo practicaban algunos indios norteamericanos-. Pero todo eso no es sobrenatural, es perfectamente explicable.
Por otro lado, lo paranormal podría entenderse como lo imposible. Entonces ¿qué podría ser imposible? Que todos los pasajeros de un avión caído a gran altura o que haya explotado por una bomba salgan vivitos y coleando, que algún afamado psíquico peruano o extranjero se gane la lotería o el premio mayor de las carreras de caballos, que alguien que aduce que practica el viaje astral me diga el contenido de un sobre debajo de mi cama o sobre mi biblioteca, que alguien que dice que cura por la gracia de Dios renueve de inmediato la piel de un niño quemado agonizante o que resucite a un muerto de hace una semana...
Sobre Hasted -y otros asuntos relativos a estos temas- le recomiendo visite la pag. web www.csicop.org ó www.oocities.com/cipsiperu/linkskep.htm. De todos modos yo mismo consultaré a mis colegas y el Internet sobre él.
Atte.,
Manuel Abraham Paz y Miño
Director, CIPSI-PERU


viernes, 23 de octubre de 2009

Reseñas:

1) Felix Pirani y Christine Roche: The Universe for Beginners, Icon Books [El Universo para principiantes], 52 High Street, Trumpington, Cambridge CB2 2LS, UK, 1993, reimpreso en 1996, 174 pp., libro en rústica, notas, referencias, glosario, índice biográfico, bibliografía.


2) J. R McEvoy y Oscar Zarate: Stephen Hawking for Beginners [Stephen Hawking para principiantes], Icono Books, 1995, 175 pp., libro en rústica, bibliografía.


De estos dos libros me gusta más el primero. El autor, un profesor jubilado de mecánica racional en la Universidad de Londres, empieza su libro declarando: "El Universo es todo lo que existe. La cosmología es el estudio científico del Universo" (p. 3). Tanto como a Pirani le concierne, "el Universo es un sistema físico, no una creación de los dioses. No fue diseñado por un Gran Desiñador" (p. 4). La ciencia de la física no puede decir nada acerca de por qué se creó el Universo o si se ha creado. Esta ciencia se limita a describir la estructura y el desarrollo del Universo. Las estrellas y las galaxias no tienen ningún propósito y no actúan "en orden de causar algún resultado" (p. 5).
Ambos libros están escritos en un lenguaje simple y fácilmente entendible con un mínimo de fórmulas. Siempre se explican los términos técnicos. Ambos libros contienen pasajes históricos que tratan de ideas antiguas acerca del Universo y que actualizan la historia. Los libros están profusamente ilustrados. De hecho no hay una página sin dibujos, cuadros o diagramas. Los libros simplemente son como historietas o chistes y se formula mucho de la información de una manera entretenida.
Ambos libros, por supuesto, también mencionan la teoría del Big Bang. Ésta es la idea que el Universo comenzó su existencia hace un tiempo finito en una única y gran explosión, y que la presente expansión es un vestigio de la violencia de esta explosión. Pirani cita al astrofísico estadounidense James Peeble quien ha dicho: "El nombre, Big Bang, es infortunado porque se entiende como referiéndose a un suceso en un comienzo singular de expansión del Universo" (p. 55). Una singularidad no es ninguna entidad física. Se puede comparar más bien con el concepto de Kant de Ding-an-sich que en ninguna manera ha promovido la investigación física.
Según Pirani la física actual no tienen nada decir acerca de cómo comenzó la expansión. Hay modelos matemáticos en que el Universo se expande desde una singularidad inicial. Pero allí "no hay ninguna razón para suponer que esto representa correctamente el Universo real. En todo caso, la teoría física actual no puede tratar con un ´principio´. Lo más temprano que la teoría puede tratar es un tiempo en que el contenido del Universo estuvo comprimido en la llamada densidad de Planck, alrededor de 1093 veces la densidad del agua" (p. 55). Pirani agrega que cuando usa "big bang" quiere decir el tiempo en que el Universo estuvo en ese estado. Da énfasis a: "No hay ninguna evidencia por un principio del Universo, y ninguna teoría puede tratarlo adecuadamente" (p. 55).
La evidencia principal de un Big Bang es la expansión continua del Universo y la radiación de fondo de micro ondas cósmicas que Arno Penzias y Robert W. Wilson descubrieron en 1965. Pero hay dificultades. Uno de éstas es que 90% o más de la materia del Universo es materia llamada oscura, que no se ve. Nadie sabe qué es. Las teorías actuales del Big Bang, por eso, no dicen nada aproximadamente del 90-99% de la materia del Universo. Lo que es bastante insatisfactorio, por supuesto.
A pesar de eso, la mayoría de los astrofísicos parece aceptar alguna clase de teoría del Big Bang. Aquellos escépticos de la teoría del Big Bang no tienen ninguna teoría alternativa que ofrecer. Pormuchos años la llamada teoría del estado estacioanrio era una alternativa. Pero esta teoría fue abandonada ampliamente después del descubrimiento de la radiación del fondo de microondas cósmicas en 1965. Algunos astrofísicos tienen dudas acerca de la decisión de las condiciones extremas físicas que rigieron en el Universo "temprano". No se sabe cómo surgieron estas condiciones extremas. El Universo "temprano" puede, por supuesto, ser una expresión engañosa. Si allí siempre ha habido un Universo, lo que me parece probable, el Universo "temprano" es sólo más antiguo que el Universo "de ahora", que es el Universo como creo que es ahora," como es visto y descubierto desde la tierra.
Un astrofísico que ha expresado dudas acerca del Big Bang es JeanClaude Pecker, profesor del prestigioso College de Francia. Pecker es también un humanista ateo conocido. Para él el Universo tiene por lo menos 15 mil millones de años, y la especulación acerca de lo que precede a este período pertenece a la metafísica. No ayuda, por supuesto, ataviar a la metafísica de un lenguaje matemático impresionante.
Otro escéptico del Big Bang es Halton Arp quien ha publicado el libro Quasars, Redshifts and Controversies [Quasares, desviaciones al rojo y controversias (Interstellar Media, Berkeley, CA 1987). Arp ha negado una opinión común entre los astrofísicos, a saber, que los llamados quasares son los objetos más distantes en el Universo. Según Arp las enormes desviaciones al rojo de los quasares no surgen de la expansión del Universo, sino más bien son propiedades intrínsecas de los mismos quasares. Arp es un reconoció observador especialista de quasares y galaxias y muy conocido por sus estudios de "galaxias raras".
Podemos aquí también mencionar el libro de Eric Learner: The Big Bang never Happened: A Startling Refutation of the Dominant Theory of the Origin of the Universe [El Big Bang no nunca sucedió: Un refutation sorprendente de la teoría dominante del origen del Universo, NY 1994. No he visto este libro, pero su título lo evidencia de modo inconfundible.
Volvamos a los dos libros entretenidos bajo revisión. Son parte de una larga lista de libros "Para principiantes" que trata de muchos tópicos diferentes. Uno de éstos es Ethics for Beginners [Ética por principiantes por Dave Robinson y Chris Garratt, Icon Books 1996, 175 pp. Además, ésta es una introducción refrescante a la ética, un tema acerca del que sé más que de cosmología. Es por eso más fácil para mí hallar debilidades en este libro que en los libros cosmología que se han mencionado. Pero no discutiré de ética aquí.
21 el marzo de 1997
Finngeir Hiorth



Reseña:

Big Bang or not Big Bang? Science, Religion, and Philosophy por Finngeir Hiorth. Human-Etisk Forbund [Sociedad Humanista Noruega], St.Olavsgt. 27, 0166 Oslo, Noruega, 2000, pp 142. [Ed. cast.: ¿Hubo o no un Big Bang? Un problema de la ciencia, la religión y la filosofía. Lima: Ediciones de Filosofía Aplicada, 2001, pp. 174].


Ya en la antigüedad, una fuerte diferencia se oponía a los puntos de vista de los filósofos platónicos y los seguidores de Aristóteles. Para Platón el Universo (esto es, el "mundo", como se expresaba en ese tiempo) tenía un principio y ningún fin; había sido creado por el "demiurgo", esto es, Dios. Para Aristóteles al contrario, esa misma declaración era una absurdidad. Aunque Aristóteles admitió que hay algo divino en el mundo, negó cualquier creación. Para él, el mundo era no creado, no generado. Era infinito en su duración; ha sido siempre y siempre será.

Es bastante claro que la situación presente de la cosmología tiene mucha similitud con los puntos de vista antiguos. De un lado, se encuentran los "big-bangistas", quienes creen que el Universo tuvo un principio, de una temperatura y densidad sumamente altas, y está extendiéndose ahora en un Universo muy diluido y frío (en promedio). Del otro lado, se hallan los "anti-bigbangistas", quienes precisamente no creen en este cuadro simple; o se niegan a aceptar alguna prueba de la expansión real del Universo; o afirman que el Universo está extendiéndose ahora, pero que ha existido, no obstante, todo el tiempo.

Es raro leer una presentación clara y balanceada de las cosmologías modernas. O, los autores, consagrados a la cosmología del Big Bang, lo admiten casi como un evangelio, y esconden prácticamente todos los argumentos en contra de él. O sólo atacan el Big Bang, a menudo violentamente, sin entrar en los detalles de los argumentos y a menudo sin una cosmología convincente como alternativa a él. Así, en esta gran literatura, el libro de Finngeir Hiorth es una excepción notable, que leemos con placer, ¡como se escucha a los cuentos contados por un hombre sabio!...

La cuestión filosófica está verdaderamente permanente en el debate. y la intrusión de la metafísica es permanente, en ambos lados del debate. Como Hiorth dice en su conclusión:"La cosmología del Big Bang no es sólo metafísica" (como afirmaron los antagonistas)", pero tampoco es sólo ciencia" (como afirmaron los big-bangistas).

En verdad, el libro excelente escrito por Finngeir Hiorth, quien es ciertamente un filósofo de una cultura más vasta que un científico, está explorando todas las caras del debate. Contiene una mirada muy rica y casi exhaustiva de todos los libros significativos o artículos escritos durante los últimos treinta años en el campo de cosmología, sean por los proponentes de las cosmologías(¡plural!) del Big Bang, o por los que se le oponen. No entraré aquí en este estudio de opiniones, donde las preocupaciones religiosas de muchos autores son bastante obvias.

Se podría decir realmente que en el tiempo presente, los arrendatarios de ambas, la cosmología del Big Bang, y las otras cosmologías, no implicando una condición inicial hiper-densa, están generalmente considerando que actúan como científicos; y por lo general niegan estar influenciados por cualquier punto de vista metafísico. En otros términos, muchos de ellos, la mayoría de ellos, adopta el punto de vista clásico defendido por Santo Tomás Aquino, según el cual el reino de la metafísica de la religión y el reino de ciencia no tienen nada en común; el problema de los orígenes (en el contexto científico) es diferente que el problema de la creación (en el contexto teológico). En verdad, ésta es una actitud prejuiciada. Se sabe que la filosofía de la"nueva era" (a que negamos algún valor, y que aparece como un grupo muy peligroso de sectas), trata frenéticamente de reconciliar la ciencia y la religión, ¡y muchos de los cosmologistas de hoy se someten a las tentaciones de ese estilo!...

Implícitamente, Finngeir Hiorth que considera también la declaración de Santo Tomás, sostieneciertamente que los cosmologistas de hoy no siguen el consejo de Tomás. Para él como se muestra en la cita anterior, la cosmología del Big Bang no es independiente del pensamiento religioso. Es verdadero también que a menudo las cosmologías sin Big Bang, o las contrarias al Big Bang implican también una metafísica: Einstein como a Aristóteles, quiso que el Universo siempre hubiera existido allí y que permaneciera como tal por la eternidad: ésta es claramente una "opinión" de una naturaleza metafísica.

Hiorth nos da todos los argumentos que podrían habilitarnos a tener una opinión clara de la situación presente. Muy correctamente, se niega a concluir en cualquier manera distinta a un signo de interrogación:"El Universo ha existido por lo menos 15-20 mil millones de años. .la especulación" (sobre lo que pasó antes) "parece ser inevitable. La alternativa es guardar silencio".

Permítasenos decir que esta conclusión muestra que Finngeir Hiorth es, verdaderamente, ¡un hombre muy sabio!...Este libro tiene que ser muy recomendado tanto a científicos como no científicos. Está escrito en una manera fácil, agradable de leer. Da una visión exhaustiva y objetiva de la literatura significativa moderna sobre el tema, y proporciona, sin poder concluir (como debe actuar la mente escéptica que Finngeir Hiorth es), todo los argumentos disponibles a favor y en contra de las cosmologías del Big Bang.

Jean-Claude Pecker, Profesor Honorario del Colegio de Francia, 3, rue d´Ulm, 75005 París, Francia.

Correo-e: j.c.pecker@wanadoo.fr


EL MITO DEL DIEZ POR CIENTO*:

Benjamin Radford, Editor adjunto de la revista The Skeptical Inquirer, es Bach en Psicología y Máster en Educación.

Correo-e: bradford@centerforinquiry.net



Alguien le robó la mayor parte del cerebro y Ud. probablemente no lo sabía. Bueno, no significa exactamente que le hayan quitado el cerebro, pero han decidido que Ud. no lo usa. Se trata del viejo mito, escuchado una y otra vez, que dice que la gente usa sólo el diez por ciento del cerebro. Mientras que para aquellos que repiten ese mito esto probablemente sea verdad, los demás felizmente usamos todo el cerebro.


El mito y los medios

Ese remanido supuesto del diez por ciento aparece todo el tiempo. El año pasado, los avisos publicitarios en revistas nacionales para la U.S. Satellite Broadcasting mostraban el dibujo de un cerebro. Debajo figuraba la leyenda: “Ud. sólo usa el 11 por ciento de su potencial”. Bien, estuvieron más cerca que el mito del diez por ciento, pero todavía les faltó un 89. En julio de 1998, la cadena de televisión ABC emitió unos spots promocionales del programa The Secret Lives of Men (“Las vidas secretas de los hombres”), para la temporada de otoño. El spot consistía en una propaganda en la que se podía leer, “Los hombres sólo usan el diez por ciento del cerebro” ocupando toda la pantalla.
Una de las razones por las cuales este mito ha permanecido, es que ha sido adoptado por videntes y otros integrantes del mundo paranormal para explicar los poderes parapsíquicos. En más de una ocasión he escuchado a videntes que le dicen a la audiencia “Solamente usamos el 10 por ciento de la mente. Si los científicos no saben lo que hacemos con el 90 por ciento restante, ¡entonces debemos estar usándolo para los poderes parapsíquicos!” En Reason To Believe: A Practical Guide to Psychic Phenomena (Razón para creer: guía práctica para los fenómenos parapsíquicos), el autor Michael Clark menciona a un hombre llamado Craig Karges. Karges cobra un montón de dinero por su programa Intuitive Edge (Al filo de la intuición), el cual está diseñado para desarrollar habilidades parapsíquicas naturales. Clark cita a Karges diciendo: “Normalmente utilizamos sólo del 10 al 20 por ciento de la mente. Piense cuán diferente sería su vida si Ud. pudiera usar ese otro 80 ó 90 por ciento, que conocemos con el nombre de mente subconsciente” (Clark 1997, 56).
También ésta fue la razón que dio Caroline Myss intentando explicar sus poderes intuitivos en una sección de Eye to Eye with Bryant Gumbel (Ojo a ojo con Bryant Gumbel, o Frente a frente con Bryant Gumbel), que se emitió en julio de 1998. Myss, que ha escrito li­bros sobre el desarrollo de los “poderes intuitivos”, dijo que todo el mundo tiene dones intuitivos, y lamentó que usáramos tan poquito del potencial de la mente. Para empeorar las cosas, apenas una semana antes, en el mismo programa, se había presentado información correcta acerca del mito. Entre el programa y la publicidad, aparecía en pantalla un spot con una breve encuesta: ¿Qué porcentaje del cerebro usamos? Las respuestas, tipo multiple-choice (de elección múltiple) iban desde el 10 hasta el 100 por ciento. Apareció la respuesta correcta, lo cual me alegró. Pero si los productores sabían que lo que había dicho una de las entrevistadas era clara y manifiestamente erróneo, ¿por qué permitieron que saliera al aire? ¿El cerebro derecho no sabe lo que está haciendo el cerebro izquierdo? Tal vez la entrevista a Myss era una repetición, en cuyo caso los productores presumiblemente chequearon los hechos después de que se emitió al aire y sintieron la responsabilidad de corregir el error en la emisión de la semana siguiente. O posiblemente las emisiones se difundieron en secuencia y los productores simplemente no se preocuparon y emitieron a Myss y a su desinformación de todos modos.
Incluso Uri Geller, quien construyó su carrera tratando de convencer a la gente de que podía doblar metales con la mente, salió al ruedo con esta perlita. Esto aparece en la introducción de su libro Uri Geller’s Mind-Power Book (El libro de los poderes mentales de Uri Geller): “Nuestras mentes son capaces de proezas notables, increíbles, y todavía no las utilizamos en su plenitud. De hecho, la mayoría de nosotros usamos sólo cerca del 10 por ciento del cerebro, con suerte. El otro 90 por ciento está lleno de habilidades y po­tenciales aún no descubiertas, lo cual significa que nuestras mentes operan en forma muy limitada en lugar de funcionar a pleno. Creo que alguna vez tuvimos pleno poder sobre nuestra mente. Lo hacíamos para sobrevivir, pero a medida que el mundo se sofis­ticó y se hizo más complejo nos olvidamos de muchas habilidades que alguna vez tuvimos” (énfasis en el original).

Evidencia en contra del mito del diez por ciento

El argumento que dice que los poderes parapsíquicos provienen de la vasta parte del cerebro no utilizada se basa en la falacia lógica del argumento por ignorancia. En esta falacia, la falta de pruebas para sostener una posición (o simplemente la falta de información) se usa para tratar de apoyar una suposición determinada. Aunque fuera cierto que la mayor parte del cerebro humano no se usa (lo cual no es cierto), eso de ninguna manera implica que haya alguna capacidad extra que pueda darle a la gente poderes parapsíquicos. Esta falacia surge constantemente en las afirmaciones paranormales, y prevalece especialmente entre los partidarios de los OVNI. Por ejemplo: dos personas ven una extraña luz en el cielo. El primero, un creyente en los OVNI, dice, “¡Mira allí! ¿Puedes explicarme eso?” El escéptico contesta que no, que no puede. El creyente en los OVNI se regocija. “¡Ja! ¡No sabes lo que es, por lo tanto debe tratarse de extraterrestres!” dice, argumentando desde la ignorancia. 
Lo que sigue son dos de las razones por las cuales el mito del diez por ciento resulta sospechoso. (Para un análisis más extenso y detallado del tema, véase el capítulo de Barry Beyerstein en el nuevo libro Mind Myths: Exploring Everyday Mysteries of the Mind, 1999 [Mitos de la mente: explorando los misterios cotidianos de la mente]).
1)  Las técnicas de investigación por imágenes tales como los PET (Tomografía por emisión de positrones) y la fMRI (resonancia magnética funcional por imágenes) muestran claramente que la mayor parte del cerebro no permanece inactiva. En verdad, aunque ciertas funciones menores pueden utilizar sólo una pequeña parte del cerebro en un momento determinado, cualquier conjunto de actividades o patrones de pensamiento complejos usarán muchas partes del mismo.Así como una persona no utiliza todos los músculos a la vez, tampoco utilizan todo el cerebro a la vez. Para ciertas actividades, tales como comer, mirar televisión, o leer The Skeptical Inquirer, usted puede usar unas pocas partes específicas del cerebro. Sin embargo, en el transcurso del día se utilizarán casi todas las partes del cerebro.
2)  El mito presupone una localización extrema de las funciones cerebrales. Si las partes “usadas” o “necesarias” estuvieran dispersas por todo el órgano, esto implicaría que de hecho se necesita gran parte del cerebro. Pero el mito implica que la parte “utilizada” del cerebro es un área discreta, limitada, y la parte “no utilizada” es como un apéndice o amígdala, que ocupa espacio pero es esencialmente in­necesaria. Pero si todas esas partes del cerebro no se usan, el hecho de remover o dañar las partes “no usadas” no conllevaría grandes efectos o ni siquiera se notaría. Sin embargo las personas que han sufrido traumas cerebrales, un infarto, u otro daño cerebral, frecuentemente se encuentran severamente impedidos. ¿Ha escuchado Ud. a algún médico decir, “afortunadamente cuando la bala penetró en el cráneo, solamente dañó el 90 por ciento del cerebro, que no usaba”? Por supuesto que no.

Variantes del mito del diez por ciento

El mito no es simplemente algo estático o un malentendido. Tiene diversas formas, y su adaptabilidad le da una vida más prolongada que la que tiene un spam laqueado. En su versión básica el mito afirma que años atrás un científico descubrió que nosotros utilizamos verdaderamente sólo el 10 por ciento del cerebro. Otra variante se refiere a que sólo el 10 por ciento del cerebro ha sido mapeado, y que esto se malinterpretó mapeado por usado. Antes, Craig Karges había presentado una tercera variante. Ésta dice que, de alguna manera, el cerebro se encuentra ingeniosamente dividido en dos partes: la mente consciente que se usa del 10 al 20 por ciento del tiempo (presumiblemente a plena capacidad); y la mente subconsciente, en donde el restante 80 ó 90 por ciento del cerebro permanece inutilizado. Esta descripción revela un profundo malentendido de la investigación de las funciones cerebrales.
La larga vida del mito se debe en parte a que si una variante resulta incorrecta, la persona que cree en ella puede simplemente cambiar la razón de su creencia y apoyarse en otra base, mientras la creencia misma permanece intacta. Así, por ejemplo, si a un individuo se le muestra un examen PET en donde se observa actividad en todo el cerebro, todavía pue­de seguir argumentando que lo del 90 por ciento se refiere a la mente subconsciente, y por lo tanto la figura del mito queda a salvo.
Independientemente de la variante, el mito se repite y se expande, sea por gente bien intencionada o por aquellos que mienten deliberadamente. La creencia que permanece es, entonces, lo que Robert J. Samuelson denominó un “psico-hecho (psycho-fact), una creencia que, a pesar de no estar sólidamente basada en los hechos, se toma como real porque su constante repetición cambia la manera en que experimentamos lo que vivimos”. El lego va a repetirlo una y otra vez hasta que, tal como sucede con la advertencia de no tirarse al agua después de comer, termine por convertirse en una creencia ampliamente difundida. (“Triumph of the Psycho-Fact”, Newsweek, May 9, 1994.)
Los orígenes del mito no son del todo claros. Beyerstein, del Laboratorio de comportamiento cerebral de la Universidad Simon Fraser en British Columbia, lo ha rastreado hasta principios del siglo veinte. En una reciente columna de la revista New Scientist también se sugirieron otras fuentes, incluyendo a Albert Einstein y Dale Carnegie (Brain Drain 1999). Probablemente tenga un sinnúmero de fuentes, principalmente la malinterpretación o malentendido de los hallazgos científicos legítimos así como los gurúes de auto­ayuda.
El más poderoso atractivo del mito es probablemente la idea de que podemos desarrollar poderes parapsíquicos o al menos lograr ventajas competitivas tales como mejorar la memoria y la concentración. Todo esto se encuentra a nuestra disposición, como dicen los avisos, si aprovechamos el más poderoso de nuestros órganos, el cerebro.
Ya es tiempo de desechar este mito, aunque si ha sobrevivido casi un siglo, seguramente continuará vivo en el próximo milenio. Quizá la mejor manera de combatirlo sea contestar a nuestro interlocutor, cuando lo mencione, “Ah, ¿y qué parte no usas?”.

Agradecimientos

Estoy en deuda con el Dr. Barry Beyerstein por sus sugerencias y ayuda en la investigación.

*Traducido del inglés por Alejandro Borgo del articulo “The Ten Percent Myth” aparecido en The Skeptical Inquirer, March-April 1999. Publicado también en Pensar v. 1, n. 1, enero-marzo, 2004.


Referencias

Beyerstein, Barry. 1999. Whence cometh the myth that we only use ten percent of our brains? In Mind-myths: Exploring Everyday Mysteries of the Mind and Brain, edited by Sergio Della Sala. New York: John Wiley and Sons.
Brain Drain. 1999. The Last Word (column). New Scientist 19/26 December 1998-2 January 1999.
Clark, Michael. 1997. Reason to Believe. New York: Avon Books.
Geller, Uri, and Jane Struthers. 1996. Uri Geller’s Mind-power Book. London: Virgin Books.




LA PSICOLOGIA CIENTIFICA Y LOS CUESTIONAMIENTOS AL PSICOANALISIS:



José E. García [1]
Universidad Nacional de Asunción, Paraguay

RESUMEN: Este artículo explora las relaciones entre la Psicología, el Psicoanálisis y la Pseudociencia. La ubicación que corresponde a la teoría freudiana en referencia a la psicología, así como el contexto histórico en el que se produce el origen de ambas, son sujetos a revisión. Posteriormente se repasa la literatura crítica sobre el psicoanálisis y se discute el concepto de pseudociencia. Las principales características que permiten incluir al psicoanálisis dentro de la categoría de pseudociencia son analizadas también. Finalmente, se sugiere la utilización sistemática del pensamiento escéptico como herramienta de salvaguarda para la integridad de las ciencias del comportamiento.
Palabras clave:
Psicoanálisis, Psicología, Pseudociencia, Paranormalismo, Historia de la Psicología, Ciencia y Psicoanálisis, Psicoanálisis y Pseudociencia.

ABSTRACT: This article explores the relations between Psychology, Psychoanalysis and Pseudoscience. The place of freudian theory in direct reference to psychology, as well as the historical context for the origins of both are reviewed. Later we make a revision of the critical works on psychoanalysis and discuss the concept of pseudoscience. The principal characteristics that turn psychoanalysis into the category of pseudoscience are analized too. Finally, a proposal for the sistematic use of the skeptical thinking is offered to serve as a tool for safeguard for the integrity of behavioral sciences.

Key words: Psychoanalysis, Psychology, Pseudoscience, Paranormalism,
History of Psychology, Science and Psychoanalysis, Psychoanalysis and Pseudoscience.

Relaciones problemáticas del Psicoanálisis y la Psicología

Desde sus mismos orígenes, cuando comenzaba a emerger como un método desconcertante y poco ortodoxo para el tratamiento de la histeria, emplazado a mitad de camino entre la medicina y la psicoterapia de carácter verbal, el psicoanálisis ha mantenido relaciones complejas y ambiguas con la psicología y las demás ciencias del comportamiento. Con la psicología le ha vinculado una suerte de dialéctica de la presencia y la ausencia. Es así que cualquier revisión cuidadosa de los principales libros en uso para el aprendizaje académico de la disciplina permitirá comprobar la inclusión del intrincado esquema conceptual psicoanalítico, bien posicionado en las tablas de contenido de los libros. Ubicado con frecuencia en un pie de igualdad con las orientaciones teóricas que se reconocen universalmente como parte de los estudios psicológicos, el psicoanálisis es visto muchas veces como parte integral de la psicología científica. Para bien o para mal, la mayoría de los textos de estudio retratan a las teorías psicológicas sin discriminar adecuadamente cuáles entre ellas se ajustan sin ambages a los requisitos plenos que establece el método científico y cuáles han sido cuestionadas por razones muy variadas, las más de las veces metodológicas o epistemológicas. En estas condiciones, la teoría psicoanalítica es parte integrante de los manuales introductorios a varias sub-disciplinas troncales para las ciencias del comportamiento, como por ejemplo la psicología de la personalidad (Cueli y Reidl, 1982), la psicología del comportamiento anormal (Sarason y Sarason, 1996, Vallejo Ruiloba, 1992) y la historia de la psicología (Brett, 1963, Carpintero, 1996, Hothersall, 1997, Tortosa Gil, 1998), entre otras. Allí se confunde ampliamente con la psicología científica que guarda como marca distintiva el uso extensivo de estrategias de investigación objetiva de las que el método experimental, el correlacional o los estudios denominados ex-post facto, estos últimos de preferencia por los psicólogos sociales, son apenas una parte de las opciones posibles.
Los seguidores de Sigmund Freud también gozan de un cómodo espacio de influencia al interior de los recintos académicos. Las medulosas disquisiciones que pronuncian al frente de las aulas de clase son recibidas con fascinada atención por los aprendices de psicoterapeutas. Las implicancias son obvias. Pese a los autores que sostienen vigorosamente que la teoría ya no es merecedora de atención en las universidades más renombradas del mundo (Bunge, 1985), no es difícil corroborar que en casi todas partes las enseñanzas de Freud permanecen inmersas en las mallas curriculares de los departamentos de psicología. El psicoanálisis tampoco es un recién llegado a las academias de América Latina. En países de nuestro continente de los que son ejemplos la Argentina (Vezzetti, 1996), el Paraguay (García, 2003b) y el Perú (León, 1982) la discusión teórica sobre los preceptos psicoanalíticos antecede en mucho al establecimiento institucional de la psicología en la docencia universitaria. En algunos de estos países se dan casos de carreras de psicología enteramente concebidas con arreglo a esta única línea teórica, ya sea practicando una total exclusión de los demás enfoques o concediendo una atención mínima a las aproximaciones restantes que integran el amplio abanico del estudio del comportamiento (García, 2003a). De manera similar, en algunos puntos de la región sudamericana, el psicoanálisis y la psicología casi han llegado a fusionarse por completo, dejando al profano y aún al profesional entrenado escasas posibilidades para distinguir uno de otra. El predominio que los intérpretes del inconsciente han llegado a disfrutar en países del Rio de la Plata como la Argentina (Ardila, 1979) es un ejemplo paradigmático de esta condición. Dentro y fuera de los claustros académicos, la influencia abrumadora que los exploradores del mundo intrapsíquico han logrado a lo largo de las últimas décadas pasó a convertirse en uno de los más claros indicadores para comprender la configuración típica que ha tomado la psicología en aquél país.
Sin embargo, pese a esta aparente demostración de éxito, contundencia y amplia aceptación, el psicoanálisis es visto con desconfianza y hasta con desdén por un importante grupo de autores. Franqueado desde siempre por impugnaciones y fieras polémicas, no resulta aventurado afirmar que, durante muchas décadas, el psicoanálisis ha constituido una compañía con frecuencia incómoda y espinosa para la psicología. Las críticas de diversa índole que se han vertido hacia las posiciones defendidas por los seguidores de Freud y las escuelas psicoanalíticas divergentes no fueron comunes sólo en los comienzos de su asimilación activa al campo de la psicología, sino que han continuado de manera creciente en los últimos años. Esa actitud no proviene únicamente de los psicólogos y psiquiatras profesionales. Es frecuente aún en círculos más amplios que engloban a filósofos, científicos naturales y experimentales y a exponentes de otros sectores del conocimiento. Y si bien los reparos hacia las doctrinas freudianas han sido formulados con diversos grados de rigor y profundidad, el cuestionamiento más frecuente se direcciona hacia el status que correspondería asignar al psicoanálisis desde la perspectiva de una teoría científica, esto es, en función a la búsqueda y aplicación estricta de los procedimientos en uso por las ciencias establecidas para la búsqueda de datos nuevos y la comprobación de hipótesis y teorías. De ahí que el reproche oído con mayor consistencia en relación al carácter epistemológico del psicoanálisis haya sido la aplicación simple y directa del mote de pseudociencia. El uso de tan engorrosa designación para referirse a una teoría que se supone parte de la psicología es un problema muy delicado que no debiera ser ignorado por nadie. Por este motivo, ante la persistencia y gravedad que conlleva una descalificación tan inclemente, parece legítimo plantear algunas interrogantes para buscar un poco de luz en relación al problema: ¿Corresponde considerar al psicoanálisis una teoría ajustada a los procedimientos normales manejados por la ciencia? ¿Está el psicoanálisis inscripto en alguna suerte de categoría epistemológica especial y diversa, que le habilite a recibir un tratamiento diferente al dispensado a las otras ciencias? ¿Es o no el psicoanálisis una parte activa de la psicología? ¿Qué clase de problemas o desafíos particulares representa el psicoanálisis para el conjunto de las ciencias del comportamiento? ¿Cuáles son las razones que explican o justifican este rechazo desde sectores tan amplios de la psicología científica?
La estrategia adecuada para responder a esta clase de preguntas es una revisión integral de todos los fundamentos. Es obvio que una investigación realizada a cabalidad plena y que se encuentre dirigida a estos difíciles e intrincados problemas demandaría un estudio a gran profundidad, capaz de facilitar una ponderación adecuada de todas las variables relevantes. Con objetivos más modestos, la intención primordial de este artículo es formular algunas de las claves principales que sirvan para pensar en los términos adecuados las ambiguas relaciones que conectan a la psicología y el psicoanálisis y remarcar, al mismo tiempo, la urgencia por arribar a conclusiones definitivas respecto al carácter científico o pseudocientífico que merezca atribuirse a esta teoría. Los aspectos mencionados revisten importancia no sólo en el marco de los proyectos de investigación susceptibles de articularse desde la psicología en cuanto tal sino sobre todo en la actividad propia que se desarrolla al interior de los gabinetes profesionales de los psicólogos. El alto grado de compromiso y responsabilidad que supone trabajar en las profesiones de la salud mental tampoco puede ser soslayado. La dicha o el infortunio que al final les toque en suerte afrontar a los potenciales clientes en el curso de sus vidas, y que surja como resultado de la acción del psicólogo, no podrá nunca conceptuarse como el menos importante de los factores que hacen necesaria esta discusión.

Conjunciones históricas de la Psicología, el Psicoanálisis y el Paranormalismo

Las paradojas que vinculan al psicoanálisis y la psicología son múltiples, y entre las más notorias se cuenta el de los orígenes históricos de ambos. Surgidos en la misma época y al abrigo de similares entornos culturales, ambas quedaban entrelazadas bajo el signo de la contemporaneidad. Tanto la psicología como el psicoanálisis constituyeron expresiones auténticas del interés creciente en la exploración de la mente humana que comenzaba a verificarse hacia finales del siglo XIX. Eran los días que en el laboratorio de Wilhelm Wundt en Leipzig recibían su entrenamiento los futuros líderes de la psicología experimental, en medio de un estricto y germánico rigor. Los minuciosos trabajos de Sechenov sobre la disección y estudio de los reflejos en las ranas eran dados a conocer a la colectividad científica de la Rusia zarista, al otro lado de Europa. Cruzando la costa atlántica, los masivos Principles of Psychology de William James culminaban su prolongada gestación de doce años y se colocaban a la venta en las librerías de los Estados Unidos. En el centro de Europa, un joven médico vienés llamado Sigmund Freud comenzaba a edificar los pilares conceptuales sobre los que se asentaría la futura teoría psicoanalítica y su original forma de concebir el tratamiento de la histeria. Poblados de mentes ávidas por marcar nuevos rumbos para el avance de la ciencia, estos años que bordearon el cambio de siglo fueron tiempos de fértil productividad para la generación de nuevas teorías. Se presentaba así el necesario efecto multiplicador que al retornar de las discusiones y polémicas conceptuales, rendiría sus frutos en la toma de conciencia por los psicólogos profesionales con relación a las amplias posibilidades de indagación que se abrían anchurosas por delante de la nueva ciencia.
No obstante, la reconstrucción documentada que los historiadores de la psicología han emprendido para facilitar la comprensión de las condiciones del surgimiento de su disciplina ha pasado por alto un detalle importante con harta frecuencia. Y es que, de forma paralela a las investigaciones que los psicólogos procuraban desarrollar aplicando el rigor propio que exigían los estándares de la época, afloraban también otras construcciones intelectuales, a menudo menos notorias y sin los favores de los círculos académicos, pero que se insinuaban como potenciales competidoras para la psicología, ganando la adhesión y los fervores del público. Tales construcciones ostentaban perfiles menos definidos, admitían considerables grados de ambigüedad en sus formulaciones y se hallaban más abiertas a la incorporación de fenómenos de naturaleza etérea y arduos de definir. A la vista del pensador racional, podía considerárselas como más sospechosas y proclives de ser mezcladas o fusionarse con alguna forma de espiritualidad. Su postulación, defensa y aplicación se daba sin la sujeción obligatoria a la esclavitud de los hechos y al ideal de la objetividad, cualidades que se han reputado siempre como un aspecto esencial para cualquier actividad científica que se precie. En contrapartida, los nuevos "conocimientos" apelaban como sus aliados naturales al misterio, lo oculto, lo inesperado, lo impredecible, lo oscuro, lo fantástico, lo sobrenatural. Al perfil claro y diáfano que ofrecía la ciencia, anteponían la certeza intuitiva de lo profundo, la posesión de una llave infalible que conecta con una forma diferente y más esencial de realidad.
Para muchos era una línea muy fácil de cruzar, lo que a su vez parecía justificado por el atractivo y la importancia intrínseca que parecían irradiar estos fenómenos. Muchos científicos que hacían del rigor una rutina diaria en sus propios campos de trabajo accedieron a relajar sus estándares y se dejaron deslizar bajo el lenguaje encantado que prometía lo esotérico. El que algunos referentes centrales para la ciencia como el naturalista Alfred Russell Wallace (Richards, 1989), codescubridor con Darwin de los procesos que rigen la evolución de los organismos, o pioneros de la psicología de la talla de William James (Gardner, 1992a, 1992b) demostraran una adhesión entusiasta a doctrinas como el espiritismo y la comunicación con los muertos o hacia creencias similares a estas, no hace más que demostrarnos la aguda penetración que las mismas habían logrado en el ambiente intelectual de la época y la dificultad que supondría descartarlos como simples notas marginales al pié de la historia. Fue James uno de los intelectuales que con mayor convencimiento apadrinaron la fundación de la American Society for Psychical Research en 1885, de la que otro psicólogo eminente, William McDougall, ofició como presidente en 1920. Este último fue quien persuadió al biólogo Joseph B. Rhine a establecer en su compañía un laboratorio parapsicológico en Duke University hacia 1927, históricamente el primero de su clase. La incorporación del término parapsicología a nuestro vocabulario habitual se debe asimismo a la inspiración de McDougall (Baker y Nickell, 1992).
La fascinación de muchos hombres de ciencia por los nuevos fenómenos no se limitó únicamente a los Estados Unidos. Uno de los países donde la atracción se pudo sentir con mayor fuerza fue Francia, allí varios de los psicólogos más eminentes que impulsaron el avance de la psicología científica se mostraron igualmente intrigados por los fenómenos que parecían diluirse en la confluencia difusa formada por las prácticas derivadas del magnestismo mesmeriano y la sugestión hipnótica. Muchos de estos pioneros de la psicología encararon aquéllas investigaciones con absoluta seriedad y buena fe, sin albergar pretensiones fraudulentas. Entre ellos, Alfred Binet fue coautor junto a Charles Féré de un tratado llamado Le megnétisme animal en 1887, en tanto Charles Richet resultaba el fundador, en 1905, de la metapsíquica, un campo que en su momento fue concebido como una "ciencia autónoma" por dicho autor (Lantier, 1976, Plas, 2000). Podrían citarse muchos ejemplos más para ilustrar la tentación seductora de lo oculto. A buen resguardo de la actividad luminosa del laboratorio, muchos dejaban discurrir entre bambalinas sus inclinaciones al misterio. Porque así como César Lombroso encontró a la médium Eusapia Palladino (Lantier, 1976) que logró derretir su hielo escéptico inicial y lo sumió por entero en los pantanos densos del espiritismo, Pierre Janet se vio intrigado por Léonie Leboulanger (Plas, 2000), la célebre sonámbula magnetizada Los psicólogos que hacían sus armas en los inicios del siglo XX enfrentaron numerosas dificultades para demarcar con fuerza los límites estrictos entre su ciencia y las contrapartes pseudocientíficas de esta, en especial el espiritismo y la investigación psíquica, que por entonces cautivaban la atención de las multitudes (Coon, 1992). Pero la perspectiva de los psicólogos experimentales difería en mucho del embriagante misticismo que arrullaba a los crédulos y embotaba por entero su entendimiento. Así, el estudio de estos supuestos y bizarros fenómenos casi por regla general fue excluido sin cortapisas de los horizontes disciplinarios de la psicología. La lucha por proteger la integridad del conocimiento se hacía cuesta arriba en una ciencia cuya propia consolidación se hallaba aún en pleno proceso. De esta manera, los eventos respectivos terminaron marginalizados de forma tal que más temprano que tarde se encontraron forzadamente arrinconados en la categoría de dobles ocultos de la psicología (Leahey y Leahey, 1984). Aún así, la superchería no ha desaparecido, ni siquiera de las fronteras de la psicología. Con mayor razón, el esfuerzo por asentar la educación pública sobre bases científicas sólidas, entendidas en un contexto amplio, ha conseguido relativamente poco avance en las décadas subsiguientes. Resulta grave que la expectativa por alcanzar un grado superior de refinamiento intelectual mediante el avance en el "nivel educacional" de los ciudadanos, y tomando como criterio para ello a los grados académicos, no implique necesariamente una reducción en la incidencia de teorías de corte pseudocientífico (Losh, Tavani, Njoroge, Wilke y McAuley, 2003). La razón está en que, como se ha comprobado una y otra vez, existe una correlación negativa entre el grado educativo formal y la creencia en las doctrinas relacionadas a lo paranormal, en especial cuando estas se hallan sustentadas sobre alguna forma de tradición religiosa (Goode, 2002).
El psicoanálisis, sin embargo, logró integrarse sin contratiempos muy notorios al esquema general de la psicología. Asumiendo en principio la existencia de un consenso respecto al carácter pseudocientífico de la teoría entre quienes detentan un pensamiento escéptico, no es vano interrogarse ¿a qué podría responder esta diferencia de apreciación al interior de la comunidad científica? Algunas explicaciones directas parecen surgir rápidamente. Freud provenía del gremio médico, uno de los estamentos tradicionalmente más asociados con la defensa de los estándares del rigor y la respetabilidad científica en el imaginario social. Aunque aún en este punto no puede ignorarse que otras figuras que precedieron a Freud y procedían de esa misma comunidad corrieron muy distinta suerte. Pueden enumerarse varios casos ilustrativos, como el de Franz-Anton Mesmer, el excéntrico propiciador del magnetismo animal y de la doctrina de los fluidos magnéticos (Nicolas, 2002) y de Franz-Joseph Gall, el controversial creador de la frenología (Renneville, 2000). Otro elemento importante en esta recepción diferencial del psicoanálisis fue la adhesión que el creador de la teoría profesó hacia la clase de lenguaje y principios que muchos de sus lectores podían haber identificado con el positivismo, en particular la creencia de Freud que el psicoanálisis debía considerarse una ciencia firme y sólida, en todos sus aspectos fundamentales [2].
Tal aseveración puede hallarse repetidamente expresada en muchos de los escritos canónicos del psicoanálisis. Otro elemento importante es que Freud había dado inicio a su carrera transitando en los terrenos más sólidos de la neurología, desde donde tuvo lugar la introducción de su Proyecto de una psicología para neurólogos (Freud, 1895/1981), una de sus elaboraciones tempranas. Refiriéndose a esta etapa de su carrera, algunos críticos ácidos pero muy lúcidos y sistemáticos de Freud han considerado a la neurociencia que ejerció este en su juventud profesional como una actividad practicada sin brillo alguno (Bunge, 1985). Pero es significativo que a más de un siglo de distancia, este trabajo es el que ha despertado mayor atención en grupos específicos de investigadores y ha sido considerado el más digno de estudio por parte de un sector de la comunidad científica (Bilder y LeFever, 1998).
Pero las fuertes disonancias conceptuales que se hallaban latentes entre la psicología y el psicoanálisis no pasaron desapercibidas y fueron muy patentes desde el principio. La introducción de la teoría psicoanalítica en los principales medios intelectuales donde fue modelada la psicología contemporánea se efectuó casi siempre con la corriente en contra, generando resistencias y evaluaciones muy críticas por parte de grupos específicos de investigadores. Es cierto que en los Estados Unidos, por ejemplo, algunas de las figuras principales que encarnaron a la nueva psicología como Granwille Stanley Hall no sólo brindaron una acogida muy favorable a las ideas de Freud (Rieber, 1998), también lideraron una entusiasta recepción intelectual que desembocó en la organización de eventos académicos mayores como las cinco famosas conferencias en la Clark University durante el otoño de 1909 en las que Freud fue la figura y atracción principal (Freud, 1914/1981). Por el contrario, los psicólogos experimentales ofrecieron fuerte resistencia desde el primer momento, en parte porque percibían que un afianzamiento del psicoanálisis como teoría psicológica representaba un riesgo para la credibilidad del ideal de ciencia rigurosa que se hallaban desarrollando con tan afanosa dedicación (Fancher, 2000, Hornstein, 1992). Pese a lo cual, la repercusión del psicoanálisis y su aceptación popular experimentaron un continuo incremento durante las décadas siguientes, hasta convertirse en una presencia cuya fuerza e influencia resultaban imposibles de ignorar dentro y fuera de la psicología. Este mismo patrón, con diferencias de matices en grados y estilos, se ha repetido en varios países europeos como Bélgica, Francia y Holanda (Van Rillaer, 1985).
El curso de acción experimentado durante las décadas siguientes no resultó un bocado de agradable sabor para los adversarios de la teoría. Pese a críticas duras, evaluaciones rigurosas y lenguaje de barricada, la vigencia del psicoanálisis parece firmemente asentada por el momento y con pronóstico de buena salud en amplios círculos intelectuales, incluso dentro de la psicología. Entonces ¿porqué insistir una vez más con los cuestionamientos al psicoanálisis? ¿De qué defectos adolece en forma irreparable este enfoque que lo hagan cuestionable a una incorporación fluida y plena al cuerpo de conocimientos aceptados por la ciencia? ¿Qué hace que incluso las revistas emblemáticas del pensamiento escéptico internacional como el Skeptical Inquirer dediquen espacios de discusión mínimos o inexistentes a las doctrinas de Freud? ¿Porqué se halla ausente de los muestrarios existentes sobre sistemas de cuidado de la salud sospechosos de falso cientificismo (Edwards, 1999) o entre las terapias locas (Singer y Lalich 1996) que abundan en el mercado de ofertas que disponen los psicólogos clínicos? ¿Es realmente el psicoanálisis una teoría que corresponda homologar sin más con la siempre peyorativa categoría de pseudociencia? Para desánimo de los admiradores de la estupenda imaginería psicoanalítica, creemos que la respuesta a esta última pregunta es que sí, y esperamos demostrar en forma sintética que ni siquiera el éxito o la aceptación en grados mayoritarios que sea capaz de obtener una teoría resulta en verdad una garantía suficiente para otorgar un crédito pleno a su confiabilidad epistemológica. Las razones para esta negativa sonarán incómodas, pero son cruciales.
Quien busque escritos escépticos dirigidos a los supuestos metapsicológicos y formulaciones diversas del psicoanálisis encontrará una abundancia en grado tal que inspira respeto. La literatura crítica focalizada sobre aspectos epistémicos o empíricos del psicoanálisis y que sugieren, por una parte, tanto la necesidad de una reinterpretación parcial o total de sus postulados básicos, o el archivamiento simple y directo del mismo entre las mitologías de la ciencia por la otra, ha continuado creciendo exponencialmente durante las décadas recientes. En los últimos años se han dado ejemplos de evaluaciones muy serias que merecen considerarse. Las fuentes principales provienen de la filosofía de la ciencia y de los emprendimientos evaluativos que los mismos psicólogos han llevado adelante. Entre los primeros, ya son clásicos los trabajos en los que Sir Karl Popper expuso las dificultades inherentes para lograr la falsación rigurosa de teorías pretendidamente científicas como el psicoanálisis y el marxismo (Popper, 1962) y los incisivos cuestionamientos de Mario Bunge al carácter de las formulaciones freudianas en cuanto producciones teóricas susceptibles de enmarcarse dentro de los límites de confiabilidad comúnmente aceptados por la ciencia (Bunge, 1973, 1985). De igual modo, y aunque no se hallen directamente centradas sobre las ideas de Freud o en las ciencias sociales en general, hay quienes procuran apoyo en la discusión de las revoluciones científicas estudiadas por Kuhn (1983) para esbozar argumentos tanto a favor como en contra de un eventual carácter paradigmático del psicoanálisis. Y como era de esperarse, el examen crítico de las ideas de Freud ha continuado presente en la agenda de los filósofos hasta fechas más recientes (Cioffi, 1998, 2001).
Los psicólogos también han discutido con gran profusión el acierto o extravío que pudiera sugerir el uso de los preceptos psicodinámicos. Como corresponde a la actitud de genuinos científicos, muchos de ellos han buscado poner a prueba las hipótesis psicoanalíticas mediante una contrastación de experiencias bien controladas. Este ha sido el caso del importante volumen editado hace ya varias décadas por Hans Eysenck y Glenn Wilson (1980). Los autores reunieron un total de veintiún estudios que correspondían a su propia elaboración y a las de otros investigadores. En ellos pusieron a prueba los aspectos troncales del edificio teórico del psicoanálisis haciendo uso de las estrategias objetivas que son parte del repertorio habitual de la psicología, incluyendo el método experimental. Aquellos componentes centrales para la teoría freudiana hacia los que iban orientadas las investigaciones fueron el desarrollo psicosexual, los Complejos de Edipo y de castración, la represión, el humor y el simbolismo, la psicosomática y las neurosis, las psicosis y la psicoterapia (Eysenck y Wilson, 1980). Los resultados obtenidos a través de pruebas correctamente diseñadas como estas y el balance final de la evidencia contra la teoría fueron desconsoladores para los psicoanalistas. Volveremos a analizar este punto más adelante.
Las discordancias que enfrentan a los psicólogos científicos con los detectives de los laberintos intrapsíquicos han adoptado también otro cariz, el de aquellos conversos que optaron por retornar de una carrera exitosa como psicoanalistas para transformarse en críticos decididos, a menudo sorprendentemente duros, de los principios freudianos. Dos de los casos más conocidos son los que involucran a Albert Ellis y Jacques van Rillaer (Ellis, 1981, Van Rillaer, 1985). Ellis, como es bien conocido, desarrolló con posterioridad a su deserción la Terapia Racional Emotivo-Conductual (Lega, Caballo y Ellis, 1997), un emprendimiento a mitad de viaje entre el conductismo tradicional y una perspectiva cognitiva de mayor amplitud. Van Rillaer abjuró ruidosamente de la práctica psicoanalítica escribiendo una evaluación crítica que hoy es todo un clásico. Los psicólogos académicos, por otra parte, no han cesado con los años en su tenaz empeño por examinar críticamente la narrativa psicoanalítica, centrando su atención sobre los flancos científicamente más débiles del freudismo y de sus derivados más directos (ver las publicaciones de Macmillan [1997, 2001] o de Roustang, [2000] para buenos ejemplos de estos trabajos). Quienes han optado por escudriñar los resultados -a menudo poco alentadores- de la psicoterapia, y realizaron una discusión pormenorizada de sus fundamentos (Baker, 1996, Dawes, 1994) arribaron al final a conclusiones igualmente corrosivas. De igual manera, aquellos instrumentos para determinar las características de la personalidad que se hallan basamentados fuertemente sobre los constructos psicoanalíticos, y cuyo ejemplo más destacado es el test de Rorschach, han sido objeto a su tiempo de apreciaciones muy discordantes (Wood, Nezworski, Lilienfeld y Garb, 2003).
Pues entonces, ¿Qué hemos aprendido de este significativo cúmulo de estudios y debates? ¿Han servido para algo tantas discusiones, en particular para ayudarnos a arbitrar con seguridad nuestras opiniones respecto a la vigencia y validez del psicoanálisis como teoría presuntamente científica? ¿Es posible a estas alturas obtener conclusiones generales claras, independientes del apasionado ardor que motivan las simpatías o contrariedades mantenidas a priori y la aceptación o negativa visceral de los conceptos de Freud? Pese a lo apasionante e intrincadamente creativo que pueda parecer el sumirnos en una expedición al reino brumoso de la psicología profunda, nuestra opinión es resueltamente afirmativa. Porque la discusión sí es útil, y también lo es la defensa de una problematización insistente de los postulados. Y es que el psicoanálisis, del modo como ha sido conceptualizado, defendido y practicado a través de toda una centuria debe ser remitido al penumbroso y apartado rincón de las elucubraciones pseudocientíficas. A la vez, la psicología tendría que precaverse a sí misma de discurrir por senderos tan borrascosos. Los argumentos que respaldan estas radicales decisiones no son en absoluto escasos y se imponen por la fuerza de su propia lógica. Veamos porqué.
Los investigadores inquietos que se han interesado por las características intelectuales que resultan privativas de las pseudociencias no son pocos, y algunos entre ellos han buscado suministrar una conceptualización que revista la mayor exactitud y rigor posibles. Puestas en el centro de un interés muy amplio y plural, las definiciones son abundantes. Algunos filósofos como Mario Bunge (1985) han ensayado una descripción sistémica de áreas muy abiertas al debate, como en efecto son la pseudociencia y la ideología, proponiendo para la primera la adopción de una decatupla, es decir, una definición compuesta y con cierta exigencia de abstracción, que podría estimarse entre las más integrales de que se dispone. La mencionada definición comprende entre sus componentes básicos a la comunidad más restringida que cree en la pseudociencia en cuestión, a la sociedad que la alberga, el dominio respectivo del discurso de la pseudociencia de que se trate, la filosofía (esto es, la ontología, la gnoseología y el ethos) en que se apoya implícita o explícitamente, el fondo formal (lógica) y el fondo específico (conocimientos), la problemática a la que pretende responder, el fondo de conocimientos acumulados por la pseudociencia (si es que los hubiere por supuesto, lo cual casi siempre es dudoso), los objetivos a los que sirve y el método utilizado (Bunge, 1985).
Paralelamente, investigadores como Erich Goode (2000) parten de supuestos disímiles y contemplan la estructura de los fenómenos circunscriptos a la pseudociencia y a lo paranormal a partir de una óptica sociológica. En su discusión sobre las características que adopta lo paranormal, Goode (2000) parte del supuesto que el paranormalismo como tal puede ser mejor analizado desde unas coordenadas ambientales, esto es, tomando en consideración las influencias culturales, sociales y psicosociales que actúan como sus determinantes. En tal sentido, lo paranormal abarca cualquier sistema de creencias que, como parte de sus explicaciones, postulan la existencia de fuerzas, factores o dinámicas que se presenten en flagrante incongruencia con una visión naturalista del mundo. Es así como lo paranormal y lo pseudocientífico son conceptos que no se solapan entre sí forzosamente. Como afirma Goode (2000), las historias sobre el big foot (pie grande), el abominable hombre de las nieves que pasea su intimidadora estampa por las alturas del Himalaya o el monstruo prehistórico que forrajea en las profundidades del Lago Ness son creencias pseudocientíficas, al carecer de los sustentos empíricos indispensables o de registros observaciones confiables, que no permiten arbitrar juicios valederos sobre la realidad de su existencia. Pero no tienen porqué ser necesariamente calificadas de paranormales, en el sentido previamente descrito. La diferencia entre lo pseudocientífico y lo paranormal radica en que esta última categoría no sólo carece de la necesaria evidencia, sino que la supuesta existencia de los mismos también colisiona con los postulados más generales de la ciencia. Por ello, lo que es importante para la formulación de Goode (2000) no es lo que sea paranormal o pseudocientífico en sí mismo, entendido a un nivel más ontológico. Lo que cuentan son las creencias de los científicos, esto es, lo que en un determinado momento se considere que cae dentro o fuera de los límites de la ciencia a juicio de una comunidad de investigadores. Lo que sea así en un determinado momento o en otro distinto, podrá siempre cambiar de acuerdo a la propia dinámica social que regule la actividad de los científicos, y por consiguiente, su sistema de creencias.
Indudablemente, es más sencillo hablar de una pseudociencia que abocarse a definirla. Aún así, algunos especialistas han intentado al menos detallar sus características de mayor generalidad. Sampson (2001) revisó en fecha reciente los trabajos de varios autores y ofreció una síntesis de sus puntos de vista sobre el particular. Basándonos en tales opiniones, podemos decir que una pseudociencia, en términos globales, es algo que: 1) Postula la acción de agentes causales que producen un efecto máximo independientemente a la intensidad de la causa, 2) El efecto se sitúa muchas en los límites de la capacidad para ser detectados por medios objetivos, 3) Albergan pretensiones de gran precisión, 4) Son teorías fantásticas contrarias a la experiencia, 5) Las críticas que se les dirigen son respondidas con excusas ad hoc, 6) La proporción de creyentes versus críticos tiende a incrementarse exponencialmente, 7) Realizan mediciones subjetivas con propósitos de igual clase, 8) No disponen de evidencia directa sobre el fenómeno estudiado o una profundización de la información ya existente, 9) El fenómeno supuestamente predicho permanece siempre resbaladizo, huidizo, inasible, 10) Acusan pobre investigación o explicaciones alternativas y 11) Constituyen pretendidas revoluciones sin soporte u apoyo alguno que provenga de la investigación externa (Sampson, 2001).
Todos estos conceptos son muy relevantes también para los juicios que podamos abrir sobre Sigmund Freud y su obra. Aunque esta no suele ser vista como un componente activo del campo de lo paranormal, es evidente que el freudismo guarda ciertas semejanzas importantes con este grupo de ideas. Algunas no pasan de lo puramente anecdótico y pintoresco, como la pretensión del célebre doblador de cucharas Uri Geller de mantener una relación de parentesco directa con el padre del psicoanálisis, de quien asegura haber recibido en herencia unos supuestos poderes psíquicos extraordinarios que le fueron transmitidos por la vía materna (Marks, 2000). Desde luego, no existe la menor evidencia de ello. Incluso los adversarios más recalcitrantes de Freud nunca han incluido este hecho en particular como parte del nutrido folclore que ha rodeado desde siempre al psicoanálisis. Pero las suposiciones burdas y pueriles deben manejarse con la sobriedad necesaria. Las afirmaciones de alguien con una credibilidad tan devaluada como Geller no deberían ser utilizadas contra Freud mismo en una forma maliciosa, por muy distantes que puedan hallarse de él nuestras propias impresiones y valoraciones. Además no sería necesario hacerlo, puesto que las falencias inmersas en el armaje de la teoría psicoanalítica son suficientes para desterrar del todo la apelación a cualquier argumento ad hominen. Esta demostración palpable será la siguiente escala de nuestro viaje.

Los problemas intrínsecos del Psicoanálisis

Las travesuras de orden metodológico y epistemológico que cometen a diario los émulos de Freud no son pocas ni resultan del todo inofensivas. Tampoco se trata de pecadillos venales. Son faltas graves que comprometen con mucha severidad el derecho de los expedicionarios de lo intrapsíquico a permanecer dentro del perímetro que alberga a los emprendimientos científicos. Démosle un examen más cercano a los más importantes entre ellos:
Los psicoanalistas se han mostrado porfiadamente reticentes ante cualquier intento serio de someter sus postulados al cedazo de la experimentación. Para ello han esgrimido argumentos de diversa índole y calibre, siendo el más característico la supuesta imposibilidad de los fenómenos por ellos abordados a responder a la comprobación y el control estricto de variables. Las actitudes del propio Freud a este respecto son prototípicas de su estilo, ya que en vida suya hubieron quienes consideraron necesario someter la imaginería psicoanalítica y sus conceptos a una rutina de comprobación más ajustada con el proceder normal de la ciencia. Las respuestas de Freud, cuando no solapadas en una dudosa condescendencia, fueron directamente despectivas a este propósito (Eysenck y Wilson, 1980). Por cierto que el método experimental no es el único utilizado por la psicología de manera fructífera, pero los partidarios del psicoanálisis parecen adolecer de una desmotivación similar hacia las demás estrategias de investigación de las ciencias del comportamiento, poniendo en duda la efectividad de casi todas ellas. Con excepción, claro está, del así llamado método clínico, que se halla concebido a la medida exacta para las ambiciones de legitimación metodológica que esconden las cofradías del inconsciente.
Los conceptos de los que se vale el psicoanálisis para articular sus explicaciones de los aconteceres psíquicos están formulados con un considerable ingrediente de ambigüedad e imprecisión. Esto vuelve muy dificultoso cualquier intento de someter sus postulados a prueba. Desde luego, la carencia de ideas precisas tiene sus ventajas evidentes desde el punto de vista de la teoría, ya que a cada intento de refutación siempre será posible reacomodar convenientemente la explicación que se ofrece, de forma tal que los axiomas fundamentales nunca queden eliminados. Es un escenario reiterado donde las verdades insondables resisten con fuerza a las embestidas de la evidencia. Esto se produce de forma muy manifiesta con el mecanismo defensivo de la formación reactiva, que permite que una aseveración verbal cualquiera con carácter desfavorable a la teoría sea en verdad confirmatoria de la misma, pues se supone afirma el hecho opuesto. La verdad se reprime en el inconsciente. Así, no importa que la resistencia aparezca en el diván o en las páginas impresas de los libros, el fenómeno es idéntico. Este proceder inverosímil para una racionalidad lineal es perfectamente admitido por lo que podríamos llamar la lógica interna de la teoría. Pero lo que puede ser bueno para los psicoanalistas, no lo es para los científicos. Una vez más, se comprueba la indomable rebeldía de los exégetas del ello por ajustarse a los estándares procedimentales que son corrientes para la ciencia.
El psicoanálisis no sólo ha sido renuente a la utilización de la metodología objetiva que es de uso corriente en la psicología científica para la validación de sus estudios, también ha sido difícil lograr una asimilación productiva de las críticas que le son adversas, ya sea las que están basadas en hallazgos empíricos o en análisis teoréticos. De esta manera, el cuerpo principal de la teoría siempre permanece indemne. Las réplicas ensayadas por los seguidores de Freud, por lo general, se formulan casi siempre en términos muy descalificatorios, no de los investigadores que las realizan, por supuesto, sino de las posiciones presuntamente superficiales o insuficientes para abarcar con eficacia real los fenómenos de naturaleza más profunda a los que se aboca la teoría. En una palabra, las críticas provenientes de posiciones que se hallan epistemológicamente distantes a la orientación psicoanalítica en verdad no pueden afectarla, no pueden alcanzarla, no pueden obligarla a cambiar o modificarse y a la larga no tienen consecuencias sobre ella. Es así como el psicoanálisis parece situarse más allá de todo debate y se presenta a sí mismo como un sector impermeable a la discusión crítica divergente. En verdad, muy poco similar a cualquier ciencia normal que conozcamos.
Los niveles de generalidad, extensión y ambición explicativa del psicoanálisis son, en la misma medida que el marxismo, los más altos que puedan encontrarse entre los enfoques que se presumen científicos. Siendo en principio una aproximación psicológica, Freud expandió tanto sus horizontes que acabó ensayando hasta una explicación de Dios (Freud, 1927/1981). Para ser justos debemos consentir en que este esfuerzo interpretativo, desde un punto de vista más filosófico, resulta bastante desafiante. Pero como menciona Baker (1996) recordando los argumentos clásicos esgrimidos por Sir Karl Popper en el libro Conjeturas y Refutaciones, esta condición omniexplicativa del freudismo, que a juicio de sus adherentes pasa por su principal crédito y ventaja, es en realidad la fuente principal para su debilidad como teoría. El psicoanálisis pretendió explicar tanto y tan vasto, que acabó sin aclarar prácticamente nada. De esta situación también se deriva la enorme dificultad por deducir hipótesis contrastables susceptibles de validarse con procedimientos empíricos, en especial aquéllas que se refieren a los conceptos de mayor generalidad que cruzan toda la teoría: los procesos activos del inconsciente, la represión, y otros semejantes.
Quizá una de las características que más sorprenden cuando se compara al psicoanálisis con las demás ciencias del comportamiento, es el agudo aislamiento en que se desenvuelve en relación a la investigación producida en otras áreas. Los psicoanalistas se comportan a menudo como si los demás sectores de la psicología no existieran o carecieran por completo de importancia. Se empeñan muy poco por absorber sus conocimientos, o en asimilar y responder adecuadamente a las críticas que reciben. Freud mismo demostraba palpablemente esta esquiva actitud. En los días en que la psicología experimental se abría paso de la mano de Wilhelm Wundt y concitaba interés y entusiasmo en todo el mundo, Freud mencionaba al célebre maestro alemán una sola vez en sus escritos, para retratarlo no como un investigador científico, sino como un filósofo[3].
Esta tendencia al aislamiento ha llevado a algunos psicoanalistas de las generaciones más recientes a pergeñar opiniones marcadamente insólitas. Ese ha sido el caso de Néstor Braunstein, cuyo libro Psicología: Ideología y ciencia, escrito en compañía de otros colaboradores (Braunstein, Pasternac, Benedito y Saal, 1975) y muy popular entre los estudiantes de varios países de Latinoamérica, ha sido fuente de llamativos posicionamientos. En esencia, estos autores sostienen que el psicoanálisis es la verdadera disciplina científica, en tanto la psicología académica carece de tal cualidad al no superar la mera superficialidad de los hechos que estudia y no sobrepasar el nivel de un mero discurso ideológico (Braunstein, Pasternac, Benedito y Saal, 1975). Estas afirmaciones han obtenido réplicas bien informadas por parte de autores que conocen a fondo la psicología moderna y son aptos para opinar con propiedad sobre ella (Martínez-Taboas, 1991). Pero más allá de las polémicas que generan discusiones de esta naturaleza, parecen suficientes para comprender porqué el psicoanálisis se encuentra absolutamente ausente de los esfuerzos programáticos que hoy llevan a cabo varios académicos de comprobada seriedad, tanto en los Estados Unidos (Staats, 1991, 1999) como en América Latina (Ardila, 1997a, 1997b) para lograr la unificación plena de la psicología.
Los autores psicoanalíticos plantean una relación de causa a efecto que se supone capaz de discurrir fluidamente entre instancias cuya esencia existencial es nada menos que la inmaterialidad (el yo, el súper-yo y el ello). Estos actúan sobre sectores materiales de la realidad como el cuerpo orgánico donde operan las disfunciones psicológicas o los problemas físicos. Un ejemplo del que han hecho abrumadora cosecha los seguidores de Freud son los transtornos psicosomáticos. Como ha explicado Bunge (1989) una relación causal es válida o se puede estimar como bien definida sólo cuando establece una conexión entre eventos concretos, como por ejemplo el cerebro y el aparato digestivo (Bunge, 1989). Recordemos que los intentos heroicos realizados por investigadores muy serios (Rof Carballo, 1972) que se han esforzado por localizar en el cerebro los componentes del aparato psíquico (Freud, 1923/1981) no han logrado en los hechos la compensación que esperaban para sus esfuerzos. Pero el que no se haya encontrado al ello, el yo o el súper-yo ocultos en los pliegues de la masa encefálica no implica negar, por supuesto, la enorme influencia ejercida por el sistema nervioso sobre el comportamiento. En relación a este aserto cada vez surgen mejores y más seguras pruebas desde la psicología de la salud, un área donde las investigaciones en curso sugieren que los procesos psicológicos y los estados emocionales influencian a la enfermedad en su progresión y etiología, o contribuyen a la vulnerabilidad o resistencia individual hacia la misma (Baum y Posluszny, 1999). En este campo de investigación emergente y riguroso, los psicoanalistas no han resultado precisamente los más asiduos colaboradores.
Si una forma cualquiera de psicoterapia se halla asentada sobre un conocimiento correcto y fundamentado de las relaciones de causa a efecto, que sean auténticas y reales y no ficticias o inventadas, entonces es de esperarse que cumplan su propósito manifiesto, esto es, que demuestren en la práctica la posibilidad de cambio y mejoría en las situaciones de malestar subjetivo que aquejan a sus potenciales clientes. Los psicoanalistas también han demostrado dificultades considerables para salir gananciosos en este campo. Las primeras investigaciones evaluativas sobre el éxito de las psicoterapias fueron revisadas en conjunto por Eysenck (1952/1980), y en ellos el freudismo no ha salido bien parado. En términos globales, su efectividad no supera el 44 por ciento frente a la simple remisión espontánea, es decir, la superación del sufrimiento psicológico que se logra sin recibir intervención especializada alguna. En términos brutos esta última orilla el 72 por ciento. Vale decir, resulta más efectivo tratarse con médicos generales o no hacerse atender en absoluto que recurrir a los auxilios de un psicoanalista (Eysenck, 1952/1980). Hasta algunos disciplinados seguidores de Freud (Fenichel, 1973) le han asignado escuálidos márgenes de productividad a las epopeyas del diván. Los recuentos actuales no han mejorado las cosas para los Icaros intrapsíquicos. Recientes estudios globales de revisión centrados en el éxito del proceso y en los resultados de la psicoterapia (Kopta, Lueger, Saunders y Howard, 1999) ni siquiera mencionan ya a la teoría freudiana o sus derivados. ¿Prueba que los psicólogos consideran agotada la discusión? Es probable. Quizá obligados por la fuerza que les impone la vigencia del principio de realidad (Freud, 1923/1981) los psicoanalistas modernos, en especial los de simpatías lacanianas, parecen haber renunciado del todo a cualquier búsqueda o cálculo evaluativo que explore de forma medianamente creíble su presunta efectividad.
Todo esto sin olvidar las graves implicancias éticas que tan oscura realidad conlleva. Porque seamos claros, ¿qué hay de los miles de pacientes que han puesto su integridad psicológica y quizá aún sus vidas -recordemos a quienes padecen trastornos depresivos- en manos de un psicoanalista? ¿Qué hay de la considerable inversión de dinero que han debido realizar ellos en el proceso? ¿Se les ha informado alguna vez de los reparos de toda clase que sufre la psicoterapia a la que tan confiados se someten? ¿Podría tener alguna disculpa este silencio cómplice del analista?
VIII.   El argumento de autoridad. Muchas doctrinas que reposan en forma muy endeble sobre cimientos empíricos escasos o directamente inexistentes ponen un acento mayor en la interpretación autorizada que pueda ejercer el terapeuta o el artífice sapiencial de turno que en una investigación fáctica real y solvente. Por supuesto, esta estrategia se halla muy justificada desde el punto de vista de los intereses de sus practicantes. Los psicoanalistas se cuentan entre quienes hacen uso del argumento de autoridad con abusiva frecuencia (Van Rillaer, 1985). En muchos casos el ejercicio de la interpretación y la autoridad en realidad se imponen al paciente sin dejarle una opción intermedia, con lo que las explicaciones del terapeuta no pueden ser discutidas en forma crítica. La única opción es aceptar, de lo contrario, estaremos ante la manifestación de una resistencia inconsciente. En una forma indirecta pero sutil, este aspecto de la imposición de un criterio único podría verse reforzado por el hecho de que muchos psicoanalistas son miembros del gremio médico. Como ha señalado el psicólogo James Alcock, la confianza en la autoridad es una fuente primaria para la adquisición de las creencias de cualquier persona, incluyendo aquéllas que se refieren a la aceptación por el público de una pretendida eficacia de los variopintos métodos que promociona sin tregua la medicina alternativa (Alcock, 2000). En mayor o menor medida, quienes vivimos en la cultura occidental nos hallamos expuestos desde los días de la escuela a un aprendizaje social que refuerza la aceptación dogmática de las verdades provenientes de las figuras investidas de autoridad. Al mismo tiempo, las opiniones de estas se nos presentan como indiscutibles. Camuflada bajo la experticia interpretativa del terapeuta, tal dinámica puede observarse también en el psicoanálisis.
IX.          Ductilidad para fusionarse con creencias bizarras. En su excelente estudio sobre la pseudociencia, Leahey y Leahey (1984) recuerdan con acierto que, al adentrarse en las etapas finales que marcaron el cenit de su influencia, la frenología experimentó una fusión con un conjunto de doctrinas de muy dudosa rigurosidad, de truculenta reputación entre los investigadores y en todo sentido extrañas al espíritu de la ciencia. Comparativamente, el psicoanálisis parece exhibir hoy una condición muy similar. Existe un cúmulo de modalidades de tratamiento, que Baker (1996) no duda en calificar como desperdicios terapéuticos que se presentan, las más de las veces, en clara disonancia con el conocimiento psicológico, y en los que resuenan ecos claros del pensamiento freudiano y sus conceptos, ya sea en aspectos mayores o en pequeños matices.
Es así que modalidades tan inusuales como la terapia del vómito de Francis I. Regardie o la terapia del grito de Arthur Janov, que utilizan estos predecibles procedimientos como una forma de catársis, resultan un buen ejemplo. Otras aproximaciones más integradas a la psicología como la terapia gestáltica de Fritz Perls arrancaron su trabajo a partir de preceptos como el reflejo nasal neurótico, un extravagante concepto acuñado por Wilhelm Fliess, quien anestesió ciertas áreas de la nariz con cocaína para emprender algunos procedimientos quirúrgicos. Freud, quien fue amigo de Fliess y al igual que él también experimentó con el uso de la cocaína en su juventud, participaba plenamente de estas ideas. Perls, trabajando varias décadas más tarde, se valió de la misma inspiración para encarar los problemas de un joven que presentaba signos de impotencia sexual, focalizándose en las sensaciones de la nariz y alternándolas con las del miembro viril, para lograr la solución. Al haber recuperado el joven su estado de tumescencia, Perls supuso con optimismo que este caso le había ayudado a descubrir la importancia de buscar una buena gestalt para comprender a cabalidad cada situación clínica y proceder así sobre criterios similares en el futuro (Singer y Lalich, 1996).
La oleada de terapias que buscan acceder a alguna forma de regresión son también tributarias directas de la influencia psicoanalítica (Singer y Lalich, 1996). Entre estas se hallan las que prometen la vuelta hasta más allá del nacimiento, en la búsqueda de los arquetipos universales de la humanidad, que se hallan dormidos en cada uno de nosotros. Las rutas para estos surrealistas recorridos se lograrían a través del uso psiquiátrico del LSD o de técnicas holotrópicas para el entrenamiento de la disciplina y el control de la respiración, tal como enseña Stanislav Grof (Grof, 1988). Si uno deseara proyectar su camino regresivo incluso más allá, están las modalidades terapéuticas que conducen a la resurrección de historias ya vividas, a existencias sepultadas en el silencio y el olvido y a las puertas de los insondables abismos de lo desconocido, como la terapia de regresión de vidas pasadas creada por el Dr. Brian Weiss (Weiss, 2002).
Con semejantes logros y laureles, auténticos o ficticios, nadie podría dudar de la potencialidad e inventiva ilimitadas que sin término exhiben la teoría psicoanalítica y sus incontables émulos. Excepto, claro está, que el destino elegido para orientar nuestras metas y esfuerzos sea el de la rutilante claridad de la ciencia.

Hacia un escepticismo responsable para los psicólogos

El surgimiento y afianzamiento de las pseudociencias en cualquier momento y circunstancia permanece como un problema latente para todas las ciencias establecidas, pero son las disciplinas del comportamiento las que acusan un riesgo mayor. La historia general de la ciencia demuestra que, tras los cambios que trajo consigo la Revolución Científica en los inicios del Renacimiento, aquéllas que primero alcanzaron su madurez en cuanto disciplinas de rigor y solidez metodológica fueron las que habían escogido los objetos de estudio más alejados del hombre (Hull, 1981). Son ellas la física, la química, la astronomía, la biología. En tanto la psicología, la sociología, la antropología, fueron las últimas en llegar para integrarse a este selecto círculo, y muchas de ellas todavía libran duras batallas por lograrlo. ¿Nos indica el orden seguido por esta cronología una mayor dificultad de las ciencias humanas para convertirse en ciencias auténticas? Es probable que así sea, pero también nos señala la complejidad inherente que tenemos para vernos a nosotros mismos de manera objetiva, para pensarnos como nuestros propios campos de estudio, para fijar sobre nuestra piel los artilugios creados por la ciencia. En comparación a sus desafíos, la psicología enfrenta retos y obstáculos todavía mayores que las demás disciplinas.
El psicólogo, pues, precisa desarrollar una salvaguarda conceptual efectiva que lo proteja contra sus propias inclinaciones a la distorsión. El compromiso de principio que se asume hacia la pureza, limpieza y confiabilidad de la investigación tiene implicaciones fundamentales, no sólo para el conocimiento humano en cuanto tal, sino también en el orden ético. Al psicólogo le cabe además una alta responsabilidad social cuando trabaja en gabinetes aplicados, porque debe precautelar la salud mental, la integridad personal y a veces incluso la vida de sus potenciales clientes. No es posible para él o ella actuar juguetonamente con esquemas psicológicos dudosos y de validez difusa, no importa que estos caigan dentro del nutrido grupo de extravagancias que pueblan el panorama de las terapias alternativas (García, 1998) o en cualquiera de las vertientes conocidas del psicoanálisis o sus derivados. El psicólogo no debe subestimar al fantasma en la máquina. A todas luces, las contribuciones al conocimiento de estos gladiadores de la argumentación verbal, cualesquiera sean ellas, no deben resultar muy abundantes o significativas, de ser correctas las opiniones del psicólogo Robert A. Baker:
En lo que concierne a la psicología moderna Freud ha resultado un total e inmitigado desastre. A la larga, él ha hecho considerablemente más daño que bien, y como muchos críticos han sostenido, el psicoanálisis nunca fue y nunca será nada más que una falaz pseudociencia. Como muchos estudiosos perceptivos de la psicología han notado, Freud constituye un problema más que una solución (Baker, 1996, pp. 135).
La decisión de poner en entredicho las formulaciones teóricas de Freud no implica negar que estas puedan contener algunos vestigios de verdad que resulten útiles al estimular investigaciones futuras. Significa únicamente un cuestionamiento de fondo a los procedimientos de los que hasta ahora han hecho gala los psicoanalistas. Estos últimos, envueltos en una retórica autocomplaciente, no han logrado superar las divergencias de sus críticos ni han absorbido en forma asertiva las réplicas negativas contra sus asertos, especialmente las de corte empírico. Los psicólogos deberán aprender las estrategias del pensamiento crítico, que les ayuden a una evaluación seria y bien informada de los alegatos sospechosos que hoy pueblan la psicología, tanto desde el psicoanálisis como desde otras fuentes. El entrenamiento cognitivo que facilita el uso frecuente de un escepticismo positivo y constructivo, que a la vez pueda ser utilizado como una herramienta metodológica (Kurtz, 1992) para la orientación del pensamiento hacia la búsqueda de sus objetivos legítimos, constituye una elección ineludible. Las ciencias del comportamiento deberán desprenderse de la ambigüedad, la obscuridad y el discurso vacío que todavía las contaminan. Al fin y al cabo, si la psicología ha obtenido su autonomía disciplinaria hace ya más de un siglo, cuando optó por su conversión en una ciencia auténtica y nunca en algo diferente, no parecerá un desacierto el exhortar a los profesionales del comportamiento a la búsqueda de una representación digna y coherente de sí mismos, lo cual no resultará algo demasiado difícil de lograr. Bastará tan sólo con actuar, escribir y pensar como genuinos científicos.

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Actualizado: Domingo, Abril 1, 2007
[1] JOSÉ E. GARCÍA es Psicólogo por la Universidad Católica de Asunción, Paraguay. Profesor de Psicología Educacional en la Universidad Nacional de Asunción, filial Villarrica. Delegado Nacional de la Sociedad Interamericana de Psicología (SIP) en Paraguay y miembro del Comité Editorial de la Revista Latinoamericana de Psicología.


Reseña: Mahner, Martin (2022). Naturalismo. La metafísica de la ciencia

(Trad. del alemán de Francisco José Mota Poveda). Pamplona: Laetoli, 236 págs. Por Manuel A. Paz y Miño, director de Neo-Skepsis   Mahner es...