EL VIRUS CONSPIRATIVO: UNA VACUNA

THE CONSPIRACY VIRUS: A VACCINE

Fabrizio López De Pomar
Lic. en Psicología, Universidad de Lima.
Miembro, Instituto de Extrapolítica y Transhumanismo-Sociedad Secular Humanista del Perú
Correo-e: fabrizio.lopez.depomar@gmail.com / Twitter: @FELDP25



Resumen: La actual pandemia genera incertidumbres de todo tipo, llevando a las personas a buscar explicaciones satisfactorias que les den orden y sentido a sus experiencias vitales. Actualmente, el enemigo común se ha vuelto el nuevo coronavirus. Pero las incertidumbres significativas persisten y en esa búsqueda de respuestas aparecen también las teorías conspirativas, aquellas que señalan confabulaciones entre poderosos como la causa de los problemas más importantes. El artículo utilizará la metáfora del virus conspirativo para analizar el pensamiento conspirativo, su naturaleza, efectos y posible vacuna.

Palabras clave: Teorías conspirativas, Pensamiento conspirativo, COVID-19, Literacidad científica, Pensamiento crítico.


Abstract: The current pandemic generates uncertainty of all kinds, leading people to seek satisfactory explanations that give order and meaning to their life experiences. Currently, the common enemy has become the new coronavirus. But signficant uncertainties persist and in that search for answers conspiracy theories also appear, those that point to collusions between the poweful as the cause of the most important problems. The article will use the conspiracy virus metaphor to analyze conspiracy thinking, its nature, effects, and posible vaccine.

Keywords: Conspiracy theories, Conspiracy thinking, COVID-19, Scientific Literacy, Critical thinking.


Introducción
A estas alturas, difícilmente haya alguien que no esté familiarizado con el SARS-CoV-2, el nombre y apellido del nuevo integrante de la familia coronavirus, responsable de la enfermedad COVID-19 y consecuente pandemia. La coyuntura mundial ha creado una oportunidad de unirnos contra un enemigo común, en donde todos tenemos un rol importante. Desde quienes atienden a las personas infectadas, resguardan el orden en las calles, gobiernan un país en medio de la emergencia, acatan el confinamiento, y por supuesto, quienes posiblemente sientan la mayor presión: los que buscan una vacuna. Sin embargo, ¿hasta qué punto es cierto que todos identificamos por igual al enemigo común que hoy afrontamos?

Los avances científicos en todas sus áreas permiten reconocer un mundo complejo, donde los eventos naturales y sociales tienen más de una causa. Es en ese intento, por entender, donde surgen distintas personas y grupos señalando las causas biológicas y hasta políticas de la pandemia. La discusión se agudiza cuando todo parece enmarcarse exclusivamente en lo político, apareciendo explicaciones recurrentes en tiempos como estos: las teorías de conspiración.

El presente trabajo analiza dichas teorías desde el pensamiento conspirativo o mentalidad conspirativa, como lo llaman algunos autores (Brotherton, French & Pickering, 2013; Imhoff & Bruder, 2014), para lo cual haremos uso de la metáfora «virus conspirativo» con fines didácticos. De esta manera, podremos discutir las circunstancias en las que aparece, cómo se va gestando y cuál podría ser la vacuna más eficaz.

¿En qué circunstancias aparece?
Buscar explicaciones a los eventos del mundo es una tarea connatural al ser humano que se viene realizando desde sus albores, cuyos frutos hoy se observan en forma de conocimientos y tecnologías. En la cotidianidad, nos enfrentamos a incertidumbres mayores y menores. Estas últimas son carentes de urgencia, cuya resolución no se vuelve una prioridad en el momento que las presenciamos. Veamos un par de ejemplos.

Imaginemos que estamos realizando una actividad importante con mucha concentración. De pronto, un ruido no identificable a lo lejos, un ruido menor, que no causa alarma. Si bien genera una incertidumbre por no saber de dónde vino, difícilmente invertiremos tiempo en averiguar con el mayor grado de certeza de qué se trata y cuál es su origen. Como no tiene mayor importancia, lo dejamos pasar. Sin embargo, si una madre escucha un ruido extraño proveniente del cuarto donde descansa su bebé, es casi seguro que dejará de hacer lo que estaba haciendo y la prioridad se volverá entender qué causó ese ruido. Estos ejemplos sencillos buscan ilustrar la manera de cómo podemos responder ante diversas incertidumbres. Algunas son más significativas que otras y de eso dependerá nuestro interés por obtener una explicación satisfactoria.

Llevado a una escala social, si en las noticias se reporta una decena de muertes en un mismo día, en algún pueblo lejano, quizás despertaría el interés y preocupación de un porcentaje menor de la población general. Sin embargo, sería mayor ese porcentaje si las muertes se contaran por centenas o millares, en un mismo día y en varios países del mundo. Más aún si la posible causa de todas esas muertes amenaza a nuestros seres queridos y a uno mismo. Es allí donde esas incertidumbres (¿qué lo está causando?, ¿cómo lo causa?, ¿por qué ocurre?) se vuelven significativas y surge la necesidad de obtener una explicación satisfactoria.

Se ha descrito a las teorías conspirativas como intentos de explicar las causas últimas de problemas sociales significativos sobre la base de complots secretos entre dos o más actores poderosos (Denith & Orr, 2017; Keeley, 1999). Diversos ejemplos pueden venirnos a la cabeza, como el fallecimiento sorpresivo de un presidente, atentados terroristas fuera de serie, enfermedades súbitas y de difícil contención, etc. Estas teorías ganan presencia cuando se detonan un sentimiento de inquietud personal y falta de comprensión del mundo social (Abalakina-Paap et al., 1999; Bruder et al., 2013; Goertzel, 1994), así como también cuando las explicaciones convencionales parecen no ofrecer un cierre cognitivo, es decir, una explicación «que les cuadre» (Marchlewska, Cichocka & Kossowska, 2018; Leman & Cinnirella, 2013), y pueda también reforzar un sesgo que tienen contra los grupos poderosos o dominantes (Wood, Douglas & Sutton, 2012).

En suma, el virus conspirativo aparece en circunstancias en donde importantes eventos sociales generan suficiente incertidumbre en determinadas personas y las explicaciones convencionales no son satisfactorias. Antes de pasar a discutir qué implica que nuestra mente posea este virus conspirativo, es importante aclarar que no se niega la existencia de complots o ambiciones de poder en grupos humanos; es decir, basta con observar nuestro entorno próximo para reconocer que las personas somos capaces de confabular para beneficio personal o grupal, cayendo en conductas corruptas. Si llevamos eso a escenarios con mayor poder, se acrecienta el impacto de esas confabulaciones. Sin embargo, si bien por un lado está el reconocimiento de esas conductas en el espectro humano, por otro lado, está el llamado de atención a una perpetua explicación conspirativa para los grandes problemas sociales, en detrimento de las múltiples causas que intervienen en las complejidades del mundo. «Si tu única herramienta es un martillo, todos los problemas lo verás como un clavo». Ahora sí, observemos de qué está hecho este pensamiento conspirativo.

Características y efectos del virus conspirativo
El perfil de una persona que sostiene creencias conspirativas puede ser de lo más variado. A diferencia de los cuestionamientos que se puede realizar a otros tipos de creencias, como las sobrenaturales, las creencias conspirativas (cuando no son sobrenaturales) tienen mayor asidero en la realidad, pues se sostienen en señalar la conducta de confabulación, de complots; algo natural y observable en el ser humano. Entonces, ¿qué diferencias presenta una persona con el virus conspirativo?

Trabajos experimentales resaltan con claridad una característica particularmente relevante en las personas con un pensamiento conspirativo: la marcada tendencia a confundir la correlación con la causalidad; a asignar una explicación causal aun dentro de eventos aleatorios o co-ocurrentes (van der Wal, Sutton, Lange & Braga, 2018; van Prooijen, Douglas & De Inocencio, 2018). Por ejemplo, unir causalmente la cantidad de consumo de chocolate por país y la cantidad de premios nobeles por país. O acusar muertes presidenciales de distintos países y en un mismo año como evidencia de asesinatos secretos planeados. Como concluyen algunos investigadores: «el pensamiento conspirativo […] parece caracterizarse por la disposición a dibujar conexiones causales imaginarias entre eventos» (van der Wal et al., 2018, p. 33. Traducción propia).

Otras de las características asociadas a este pensamiento conspirativo es la preferencia por un procesamiento de la información más intuitivo en lugar de uno más analítico (Swami, Voracek, Stieger, Tran, & Furnham, 2014; Mikušková, 2017). En otras palabras, las personas que defienden las conspiraciones tienen más probabilidades de sobreestimar los conocimientos provenientes de la intuición en lugar de aquellos conocimientos que surgen por un proceso más lento y metódico. Si bien la intuición es un procesamiento útil y eficiente en muchas ocasiones, sobreestimarlo en desmedro de un análisis cauteloso, pormenorizado, puede llevar a cometer importantes sesgos y saltar a conclusiones de manera apresurada, sin las debidas contrastaciones entre las opciones de solución a un problema.

Por esa razón, si ante un evento de gran impacto social aparece un menú de opciones que ofrece explicaciones variadas, y en ocasiones complejas, en donde varios factores se interrelacionan, el pensamiento conspirativo muy probablemente decida valorar más la información que «siente» es la correcta, y aunque eso podría ser normal en todas las personas, la diferencia estaría en un bajo compromiso por querer reevaluar esa consideración a la luz de un proceso más racional, más analítico. ¿Y qué consecuencias puede traer este virus conspirativo? Tomar decisiones inadecuadas por rechazar fuentes expertas como las científicas. A continuación algunos ejemplos.

Las teorías conspirativas acerca del cambio climático conllevan a la negación de la ciencia y a ser menos responsables con el medio ambiente, pues no se considera verdadero el conjunto de evidencias o sugerencias que ofrece la comunidad científica al respecto (Lahrach & Furnham, 2017; Lewandowsky, Cook, Oberauer, Brophy, & Marriott, 2015; Uscinski, Douglas, & Lewandowsky, 2017; Uscinski & Olivella, 2017). Otro ejemplo está en el caso de la salud. Existe una teoría conspirativa que señala que las medidas anticonceptivas en la población africana o afroamericana son un tipo de genocidio contra esas personas (Ball, 2016; Ford, Wallace, Newman, Lee, & William, 2013), y se ha encontrado que los creyentes en esa teoría deciden tener menos cuidados en la salud sexual (Thorburn & Bogart, 2005). A modo general, cuando se cree en conspiraciones en el campo de la salud (por ejemplo: los médicos esconden la cura de una enfermedad porque los poderosos así lo desean), se reduce la confianza y adherencia a consejos médicos, mientras que se eleva la confianza en fuentes alternativas y no convencionales de la salud (Oliver & Wood, 2014).

En suma, el virus conspirativo genera fallas en el razonamiento por: i) confundir correlación con causalidad entre eventos incluso aleatorios, y ii) sobreestimar los conocimientos intuitivos por encima de los analíticos, cuyo efecto principal es tomar decisiones perjudiciales para la convivencia social y medioambiental, pues desestiman las fuentes expertas como las científicas. ¿Hay algún tratamiento para este virus?

Una posible vacuna
Pondremos como ejemplo la creencia conspirativa contra las vacunas. El caso nos permitirá observar dos aspectos fundamentales para combatir el virus conspirativo: i) la forma y ii) el contenido.

En la Internet se encuentran diversas páginas webs que defienden y persuaden al público de su posición en torno a las vacunas. Se ha observado que las páginas pro-vacunas se presentan como un repositorio de información basada en evidencia científica, mientras que las páginas anti-vacunas enfatizan los casos anecdóticos, interactuando más y ofreciendo mayor contención emocional a aquellas personas que se sienten inclinadas a dudar de las vacunas, lo que hace más efectiva sus estrategias, en contraposición de los pro-vacunas que son percibidos como distantes y elitistas (Grant, Hausman, Cashion, Lucchesi, Patel & Roberts, 2015; Kata, 2010; Moran, Lucas, Everhart, Morgan & Prickett, 2016).

Con respecto al contenido, el trabajo de Jolley y Douglas (2017) demuestra que las conspiraciones anti-vacunas pueden ser combatidas de manera eficaz si se aborda de manera preventiva. En sus palabras: «Nosotros sugerimos que presentando información anti-conspirativa primero, se puede de alguna manera inocular a las personas del potencial daño de las teorías conspirativas» (Jolley & Douglas, 2017, p. 7. Traducción propia). Si no se aprovecha esa oportunidad, será mucho más difícil, señalan los autores. Sin embargo, otras estrategias también se muestran efectivas para combatir el virus conspirativo ya instalado en la persona.

Por ejemplo, presentar información que desarticule los fundamentos de una conspiración (Warner & Neville-Shepard, 2014), ofrecer contraargumentos racionales a dichas creencias y ridiculizar a quienes las defienden (Orosz, Krekó, Paskuj, Toth-Király, Böthe & Roland-Lévy, 2016), estimular el pensamiento analítico en lugar del intuitivo (Swami et al., 2018), incrementar la capacidad crítica frente a los medios de comunicación (Craft, Ashley & Maksl, 2017) y desarrollar la literacidad científica, esto es, conocimientos científicos, confianza en la ciencia y pensamiento crítico, con énfasis especial en la confianza en la ciencia (Fasce & Pico, 2019).

En suma, la vacuna contra el virus conspirativo pasa por estimular un pensamiento analítico, aprender a aproximarse críticamente a los medios de comunicación, incrementar la literacidad científica, especialmente la confianza en la ciencia, y sobre todo, mejorar los estilos de comunicación pues como se observó, el mero hecho de poner a disposición toda la evidencia posible no es suficiente. Para mejorar la confianza en la ciencia será necesario representarla con interacciones personales más eficaces.

Conclusiones
La pandemia causada por el COVID-19 nos lleva a unirnos contra el virus SARS-CoV-2, ejerciendo nuestras responsabilidades desde el rol que tenemos en la sociedad. Sin embargo, el presente texto ha expuesto la convivencia que tenemos con «otro tipo de virus», uno mental, que emerge en ciertas condiciones sociales cual caldo de cultivo.

Reconocerlo de esta manera metafórica permitió caer en cuenta de un tipo de pensamiento (el conspirativo) que no es inocuo, sino que puede ser perjudicial para la salud y para el equilibrio medioambiental. Considerarlo como un virus nos llevó a reconocer que aparece por una necesidad de obtener explicaciones certeras y que coincida con la cosmovisión de esas personas, a costa de errores en el razonamiento, teniendo como consecuencias la toma de decisiones temerarias ignorando a las fuentes científicas. Finalmente, se expuso estrategias eficaces para combatir este virus conspirativo: en resumidas cuentas, los beneficios de una literacidad científica pero con un estilo de comunicación más cálido, más eficiente.



REFERENCIAS
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